El otro día celebré un íntimo aniversario.
En la noche del 9 al 10 de octubre se cumplieron 65 años de un suceso que nunca se borró de mi memoria. Dormía yo mi sueño de niño cuando mi padre me despertó y me llevó con él a la azotea de la casa, a la que se llegaba por una puerta en el ático. Ahí estaban ya mi madre y mi hermano. Sin decirme palabra mi papá me señaló el cielo. Alcé la vista yo, adormilado todavía, y vi algo maravilloso: de lo alto caían las estrellas en una lluvia que semejaba pirotecnia mágica. Yo las veía en su vuelo -estelas blancas, rojas, azules, amarillas-, y pensaba que iban a caer sobre nosotros. Rieron mis padres cuando exclamé, asustado: "¡Ésa le va a pegar a San Juan!", porque vi una que parecía ir en derechura a la cúpula del templo de San Juan Nepomuceno.
Han pasado seis décadas y un lustro de aquella noche. Desde entonces he visto el cielo muchas veces, aunque ciertamente menos de las que debería. No olvido, sin embargo, la vez que miré, como entre sueños, esa lluvia de estrellas en el cielo. ¿O fue quizás un sueño lo que vi?
¡Hasta mañana!...
