Aún no se va la noche, y ya está el pescador a la orilla del lago. Amanece con serena lentitud: se diría que el viento se ha marchado para dejar su sitio a la mañana. Cuando el pescador lanza el anzuelo la inmóvil superficie de las aguas se estremece como en un escalofrío.
Llega de pronto el sol por la montaña, que se despereza en azul y anaranjado. Salta un súbito pez, y en sus escamas brillan todos los colores que hay, y algunos que hasta ahora no existían.
El pescador piensa que lo que ha visto es un reflejo de la vida. El pez, el agua, la montaña, el sol; todo es la vida. Envuelto en ella el pescador se va. Lleva dentro de sí aquella visión tan fugitiva, tan eterna. Nada ha pescado, pero su pesca es la mejor del día.
¡Hasta mañana!...