Hay en el cementerio de Abrego una tumba. Si pudiéramos escuchar lo que las tumbas dicen, esto es lo que oiríamos:
"... En los sepulcros de los reyes medievales aparecía su estatua, yacente sobre la losa de la tumba. El monarca podía haber muerto viejo ya, decrépito y consumido por los años; o quizá le arrebató la vida un mal que lo dejó contrahecho, deformado por llagas o bubas purulentas. Sin embargo en la efigie funeraria el difunto aparecía siempre bello y joven, como fue en la flor de edad.
"... Los anónimos escultores no adulaban. ¿A qué adular a un muerto? Querían significar que la muerte del ser querido debe borrar en nosotros cualquier mal recuerdo de su vida, de modo que lo veamos sólo en sus aspectos buenos, con las galas de belleza con que nos revestirá a todos la infinita misericordia de Dios...''.
Hay en el cementerio de Abrego una tumba. No tiene sobre su losa efigie alguna, pero nos recuerda que siempre debemos dar a nuestros muertos el bálsamo de la bondad y del perdón.
¡Hasta mañana!...