Aquel hombre murió, y llegó al Cielo. San Pedro, portero celestial, lo interrogó antes de permitirle la entrada a la mansión de la bienaventuranza eterna.
-¿Amaste a una mujer?
-No -respondió el hombre-. Jamás amé a ninguna.
-¿Quisiste a un amigo?
-No. A nadie le di mi afecto.
-¿Te inspiró ternura un niño?
-Nunca.
-¿Le diste tu cariño a algún animal? ¿Contemplaste con ojos asombrados las maravillas de la naturaleza?
-No hice nada de eso.
-San Pedro miró con severidad al hombre y le preguntó:
-¿Entonces por qué no habías llegado? Hace mucho que estás muerto.
¡Hasta mañana!...