Un puerco espín ciego se enamoró de una biznaga.
Iba a buscarla cada día. Se le acercaba, tímido, y con dulces gruñidos le decía su amor.
Sufría mucho el animalillo, pues la biznaga, claro, no le contestaba. Al caer de la tarde se iba muy triste a su agujero llorando de soledad y de aflicción.
Cierta mañana pasó San Virila por ahí. Vio al puerco espín ciego en su imposible cortejo sin esperanza, y oyó la risa brutal de los aldeanos que se burlaban de las lágrimas del infeliz. Se acercó San Virila a la biznaga y dijo unas palabras sobre ella. La biznaga, entonces, se convirtió en una hermosa hembra de puerco espín, de aterciopeladas púas cariciosas, que siguió enamorada al pobre ciego al nido de su felicidad.
-¡Qué bello milagro hiciste! -le decía la gente a San Virila.
-El milagro ya estaba hecho -respondió el santo-. Cuando surge el milagro del amor, todos los milagros que en torno de él suceden son cosa natural.
¡Hasta mañana!...