¿Recuerdas, Terry, el día que perseguiste a un gato? Corría el micho, y tú tras él. La calle era cerrada. Cuando llegó al extremo, el gato se volvió de pronto, y con el lomo arqueado, erizados los pelos, espantoso, te hizo frente con un terrible ¡Fffff! que te asustó y te hizo retroceder. Regresaste a mí, escurrido. Y yo hice como que no había visto nada, para no apenarte.
Pasó el tiempo. Una tarde íbamos por el campo. De súbito una codorniz rompió a volar casi a mis pies. Sorprendido por el ruidoso aleteo di un salto. Me avergonzó haberme asustado de ese modo. Y tú te diste cuenta, pero hiciste como que no habías visto nada, para no apenarme.
No cabe duda, Terry, amado perro mío: tú y yo nos entendíamos muy bien.
¡Hasta mañana!...