John Dee era filósofo. Estaba, por tanto, desengañado de la vida.
Cierto día, camino de la universidad, vio a una hermosa muchacha que en la ventana de su casa peinaba su larga cabellera rubia.
En ese preciso instante John Dee dejó de ser filósofo. Quiero decir que dejó de pensar y empezó a vivir. Ya no fue pasear con sus discípulos por la orilla del río, para hablarles de Heráclito, ni bajo el cielo estrellado, para decirles de la música de las esferas a que se refería Pitágoras. Ahora pasaba y volvía a pasar bajo el balcón de aquella hermosa.
No la ha vuelto a mirar. Y John Dee siente las penas del amor incumplido. Pero aun con ese sufrimiento es más feliz que cuando no sentía nada. Y es que pensar no duele. Sentir sí. Y la vida -eso aprendió John Dee- está hecha de sentimientos más que de pensamientos.
¡Hasta mañana!...