Se le acabó la vida a mi tocayo y amigo queridísimo, Armando Rosales, "El Saltillense".
Fue oficiante de esa liturgia misteriosa que es el arte de torear. Un quebranto en el ruedo lo hizo perder un ojo y lo sacó de la fiesta cuando era figura promisoria. Entonces se convirtió en fotógrafo taurino. Llegó a ser el mejor de México, reconocido en forma unánime.
Hace unos meses toreó en Saltillo ese torero sin par que es Rodolfo Rodríguez, El Pana. Hizo salir del callejón a Armando, y en los tercios le brindó con gallardía el toro que lidiaba. Luego, emotivo y humano como siempre, El Pana le dio un beso en la frente al Saltillense.
Desde el tendido yo capté con mi cámara esos dos momentos mágicos. Imprimí las fotografías, y me propuse hacerlas llegar a mi tocayo. La muerte se me adelantó. La muerte siempre se nos adelanta. Pero ahí están esas imágenes, las de un artista de los toros y la lente que con un ojo supo ver más que nosotros con los dos.
¡Hasta mañana!...