En el camino del Potrero, paso por el puerto que llaman de Las Maravillas. Bien le puso ese nombre quien por primera vez lo llamó así. A uno y otro lado del camino se yergue la montaña que sólo por ahí deja pasar. Entre el oscuro verdor de los pinos crecen álamos de un verde tierno, y severos encinos de fronda ocre. A lo lejos se ven los dos picachos de Las Ánimas. Desde allá llegan las nubes como un rebaño de tranquilas vacas.
Anoche heló. Tienen los pinos en cada aguja una gotita de agua congelada. He apagado la luz de mi vehículo, pues amanece ya. De pronto asoma el sol sobre la sierra, y los puntitos de hielo se encienden al reflejar su luz. Todos los árboles son ahora un solo árbol de Navidad.
Por un instante mi vida se detiene en la contemplación de esta maravilla. Es claro el aire y es azul el cielo. Azul y claro quedo yo también. Si extendiera la mano tocaría a Dios.
¡Hasta mañana!...