Dijo el hermano lego a San Virila:
-¡Deme albricias, padre! ¡Logré perfeccionarme de tal manera en la oración que ayer levité! ¡Me fui elevando poco a poco en el aire llevado por el éxtasis místico!
-¡Fantástico! -se alegró San Virila-. La próxima vez que eso te pase, avísame.
-¿Para qué? -preguntó el lego.
-Te amarraré en los pies un cordoncito y te regalaré a los niños para que jueguen contigo como con un globo.
El lego quedó boquiabierto.
-Quiero decirte, hermano -le explicó San Virila, bondadoso- que ningún acto de devoción tiene valor si no se traduce en un bien para los hombres. Vale más la humilde limosna de la viuda que todas las preces, meditaciones y lecturas piadosas que en sí mismas se agotan. El mejor modo de comunicarnos con Dios es haciendo el bien a sus criaturas. Quizá no te levantes por el aire, pero después de todo Dios nos puso en la tierra. Es aquí donde debemos hacer nuestra labor.
El lego supo que San Virila decía la verdad, y a partir de ese día buscó el Cielo con los pies muy bien puestos en la tierra.
¡Hasta mañana!...