UN AMIGO LECTOR de esta columna me mandó un correo electrónico en donde me comunica sentir que Torreón está triste, y mi amigo tiene toda la razón del mundo. Las últimas heladas en nuestra región destruyeron miles de árboles en parques públicos, avenidas, plazas y en los propios hogares.
RECORRER NUESTRAS AVENIDAS es ver la desolación forestal no solamente en Torreón, también en Saltillo y Durango. Ellas se han teñido de un color mortecino y a medida que pasen los días, ese triste color se irá cambiando por un gris aún más triste. A todos los males que veníamos sufriendo las abatidas ciudades, ahora se suma la muerte de los follajes que alegraban casas, calles, plaza y avenidas.
LOS ÁRBOLES SON y han sido siempre el mejor ornato en cualquier ciudad que se llame civilizada. La cultura de una ciudad se mide por el número de metros cuadrados de zonas forestadas. Entre menos árboles, menos cultura y así a la inversa.
NUESTRAS COMUNIDADES no se han distinguido precisamente por el respeto a la flora. Bástanos recordar que en las miles de hectáreas ejidales y de pequeña propiedad, nunca se plantaron árboles de sombra, menos frutales. Nuestra región especialmente la lagunera, es una gran plataforma de tierras áridas y desforestadas.
PERO NO OBSTANTE la escasa forestación de que disfrutamos (los laguneros muy especialmente), tenemos la terrible costumbre de acabar con los pocos árboles que quedan en las ciudades. Los meses de enero, febrero y marzo son dedicados al tribal rito de la poda (joda se diría) de los árboles plantados en las banquetas.
COMO SI SE TRATARA de un espantoso rito prehistórico, vemos a diario a esos siniestros taladores conduciendo un carromato que se desbarata a cada metro de rodamiento, tirado por unos famélicos y fantasmagóricos animales que algún día fueron caballos o burros. Estos jinetes apocalípticos armados con hachas, machetes y serruchos proceden minuciosos y efectivos a la destrucción de cualquier árbol que se les ponga enfrente por instrucciones de los señores o señoras de la casa, quienes entre paréntesis, no tienen ni la más menor idea de lo que se debe entender por una poda ni de cuándo y cómo debe ésta hacerse.
ESTA CONDUCTA equivocada y primitiva se practica además como agravante, en árboles que no son de su propiedad. Los árboles en vía pública son propiedad única y exclusiva del municipio, no de los habitantes de las casas frente a las que aquéllos están sembrados. Este punto capital ha sido olvidado por todas las administraciones municipales, quienes no han puesto ningún interés en la conservación del equipamiento forestal que es de la ciudad.
OJALÁ NO SE SUME a la desgracia forestal ya sufrida por las heladas, la obra destructiva de los pocos árboles que tenemos, que en unas áreas desérticas como la nuestra, deberían considerarse verdaderas joyas.
QUÉ BUENO SERÍA que esa metida de manos por parte del ciudadano común y corriente sobre los pocos árboles que aún tienen vida, se hiciera bajo la supervisión, control y orientación del municipio, y no queden todos ellos en manos de esos terribles jinetes del apocalipsis armados con hachas, machetes y serruchos.
PERO COMO DIJO nuestro amigo lector: La ciudad se ve triste, porque realmente está triste.
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