Hay quien mira la vida como una posibilidad de gozo, de placer. El trabajo es tiempo perdido en ese propósito. No necesariamente les va mal. Otros en cambio sólo piensan en el trabajo, están en este mundo para entregar lo mejor de sí mismos a ese fin, trabajar. Es la versión laboriosa. No necesariamente les va bien. En ambas versiones la cantidad es el criterio: mucho gozo, mucha fiesta o mucho trabajo, mucha acumulación. Pocos son, sin embargo, los que tienen otro rasero: la calidad. He tenido el privilegio de conocer a uno: Humberto Murrieta.
Usted no tiene por qué conocerlo. La discreción, escasa cualidad, le pertenece y es guía en su vida. Delgado, de pelo abundante, de imponentes ojos azules, elegante en su trato, este veracruzano pareciera seguir en su vida con una consigna: lo que hagas, hazlo bien. Suena sencillo pero es muy difícil cumplirlo. Hace 20 años le hablé a un querido amigo, Luis Rubio. Andábamos en la fundación de una revista independiente y especializada en estadística, en datos duros, en encuestas, hoy muy populares, ave rara en esos momentos. Necesitamos un comisario de lujo, a quién me recomiendas, le pregunté a Luis. Murrieta me respondió de inmediato. El nombre no me dijo nada, pero la palabra de Luis es garantía. Así fue como me encontré con el contador y auditor de larga historia. Oye Luis, le dije, pero que no se mande con los honorarios, porque este es un proyecto cultural y somos pobres. No te preocupes, me dijo, el está más allá.
Comenzaron las sesiones, una vez al mes, el segundo miércoles. Era 1991. Josué Sáenz, Víctor Urquidi, Jesús Silva Herzog Flores, Jorge G. Castañeda, Enrique Alduncin, Carlos Monsiváis, Adolfo Aguilar Zínser, Carlos Payán, Santiago Creel y varios provocadores más eran la concurrencia habitual. De palabras siempre cuidadas al extremo, precisas, Murrieta interviene poco, pero con sustancia. Comenzamos valorando su presencia por los minutos invertidos en el proyecto. Pero su verdadera aportación no estaba en los números. Tardaríamos en entenderlo. Había más historia. Humberto Murrieta tenía, a la vez, presencia en Vuelta. Octavio Paz depositó en él decisiones muy sensibles. Al contador Murrieta le interesaba la vida cultural y estaba dispuesto a entregar tiempo, el único elemento no renovable en la vida, como dijera Carlos Castillo Peraza. Con la legalidad como estrella, Murrieta siempre invoca, sin embargo, cierto pragmatismo. Para que las empresas que difunden cultura cumplan su función lo primero es que estén sanas en los números, pero no debemos olvidar que sus objetivos son otros.
Una década después nació Transparencia Mexicana. Humberto Murrieta fue de los que apostó sin reparos a la nueva aventura. Consejero brillante y sensato, Humberto pule la figura de "testigo social", hoy incorporada en la ley. Él mismo fue de los primeros "testigos sociales" haciendo camino al andar. La transparencia la lleva en la médula. Le tocaron varios casos muy espinosos, marejadas entre empresas muy grandes e intereses enormes. Salió adelante con su elegancia habitual. Pero debo una explicación al lector. Para entonces Murrieta se había transformado en Humberto: hombre afable, de excelente conversación, de gran ánimo, divertido a morir, de mucha chispa, de humor galopante e inagotable pachanguero. ¿Dr. Jekyll and Mr. Hyde? No, para nada. Es uno y el mismo, el riguroso auditor y el energético y burbujeante ser humano.
Pero detrás del brillante profesionista, del hombre que sabe entregar su tiempo a buenas causas, que supo en su momento que no quería más sino mejor, está la cosecha discreta, pero entrañable del esposo, del padre, del abuelo. Puede sonar empalagoso, pero para un hombre de familia, y él lo es, lo primero es María Eugenia -su alegre e infinitamente generosa compañera de vida- y todo lo que de allí se desprende, hijas e hijos encantadores. Una visión de la vida en la cual lo primero es lo primero. Concebirlo suena sencillo, pero actuar en consecuencia puede ser muy complicado.
Hace poco llegó al Consejo y, con la tranquilidad que lo acompaña, nos dijo: vengo a despedirme. Una vez más nos asombró. Un tequila y algo de vino, como si la vida no tuviera límite ni para él ni para nadie. Y de nuevo la discreción y la elegancia. Días después brindamos con un buen whisky en medio de una serenidad que sólo un campeón consigue. Allí estaban varios miembros de su tribu. Hubo ternura, incluso risas y mucha claridad. Todo fue sereno esa tarde, así será el final. Qué bello llegar así, sin pendientes, sin odios, con sonrisas en la boca, mirando en sí mismo a los múltiples Humbertos. Te veo hoy en esos inolvidables ojos azules. Tu misión, la que haya sido, está cumplida. Ojalá y muchos mexicanos tuvieran una misión como la tuya. El país sería otro. Qué privilegio haberte conocido. A descansar y no te acabes el whisky. Nos vemos el miércoles, te veremos todos los miércoles segundos de mes. Gracias por todo.