T Odo gobierno democrático merece el beneficio de la duda al inicio de su período de gestión. Pero qué difícil es conceder ese beneficio a un gobierno que en lugar de comenzar con certidumbres y coherencia, lo hace con omisión y ocurrencias. Y en su primer discurso como gobernador de Coahuila, Rubén Moreira se mostró omiso y ocurrente, como si el único público que le importara fuera el complaciente auditorio que le acompañó y vitoreó en su primer acto oficial realizado en el recinto de Villa Ferré en la capital del estado.
Motivo de la más profunda incredulidad para cualquier ciudadano sensato es que el nuevo gobernador diga "hoy vengo a pedirles su confianza" y que hable de "garantizar la transparencia en el uso de los recursos", y en su discurso eluda por completo el tema que tiene preocupado a un importante sector de la ciudadanía: la deuda pública de más de 35 mil millones de pesos dejada por el gobierno que encabezó su hermano, Humberto Moreira, y la cual fue contraída en parte con documentos falsos. De esto, ni una sola mención, ni una sola promesa de justicia, ni un solo afán de esclarecimiento.
Despierta todas las sospechas el hecho de que para el nuevo gobernador no sea relevante que créditos a largo plazo por 18 mil millones de pesos hayan sido contratados sin el aval del Congreso de Coahuila, tal y como lo establece la Auditoría Superior del Estado en su informe sobre las cuentas públicas de 2010.
Genera suspicacias sobre su verdadera voluntad de gobierno el que no considere importante que hasta ahora no se haya informado a la ciudadanía en qué se invirtió cada peso de la deuda creada por su hermano, y por la cual, dicho sea de paso, éste tuvo que abandonar la presidencia nacional del PRI, a tan sólo nueve meses de haber asumido el cargo.
La omisión de Rubén Moreira respecto al asunto de la deuda en nada abona para conseguir la confianza a la que aspira, mucho menos la de aquellos que no votaron por él. Y con mayor razón cuando es precisamente debido a la deuda que a partir de 2012 los coahuilenses tendrán que pagar más impuestos, y que el gobierno contará con menos recursos disponibles para inversión pública. De 9 mil 120 millones de pesos destinados en 2011 a este rubro, en 2012 se planea ejercer sólo 4 mil 537 millones, es decir, la mitad de lo aplicado en este año.
No obstante la flagrante omisión de la deuda en el discurso, las consecuencias de la misma están implícitas en los planteamientos hechos por el mandatario estatal. Y es que cuando un gobierno cuenta con pocos recursos para invertir, la improvisación y la ocurrencia se hacen presentes.
En este sentido, en su cuarta "línea estratégica" Rubén Moreira plantea como meta de su gobierno "el aumento de la expectativa de vida y la felicidad de los coahuilenses". Para considerar semejante "objetivo" habría qué preguntarle al señor gobernador ¿cómo piensa medir el nivel de felicidad de la población? Según sus parámetros ¿en qué grado de felicidad se encuentran los habitantes de esta entidad? ¿Con qué acciones de gobierno se aumenta la felicidad? No es que el anhelo por sí mismo sea cuestionable, pero ese anhelo es de carácter personal y por lo tanto subjetivo, inmaterial, inmensurable. Venderlo como política de gobierno es practicar la más burda demagogia, o bien, lanzar una mera ocurrencia, que acaso sea lo mismo.
Las demás "líneas estratégicas" rayan en la obviedad y el discurso fácil, insustancial. "Plantearemos objetivos que sean relevantes y pertinentes (sic) (...) Impulsaremos el respeto a los derechos humanos (...) Promoveremos una cultura de la legalidad (...) Cuidaremos el medio ambiente (...) Disminuiremos la marginación" y así por el estilo. Los enunciados anteriores no pueden ofrecerse como estrategias cuando son obligaciones mínimas de todo gobierno. Hacerlo es demostrar pobreza de propuesta y ausencia de visión.
De todo lo planteado por Rubén Moreira en su discurso del jueves pasado, lo único "rescatable" es su anuncio de crear una nueva constitución para Coahuila, pero en su justificación también se queda muy corto. Sólo dijo que sería "la (constitución) del siglo XXI, la que fije las reglas que limitan a la autoridad y le den derechos a las personas (...) la que redacte nuestro anhelo de ser mejores, más grandes, más libres y más felices". Nuevamente la obviedad, otra vez la ocurrencia.
Y el mandatario agregó que "si el Congreso de Coahuila me apoya (...) llevaremos a cabo la más amplia reforma en materia legislativa". Como sabemos, la legislatura que iniciará el primero de enero próximo contará con menos oposición que la actual. Entonces, para esa nueva constitución ¿cómo se va a garantizar la visión plural que tienen los coahuilenses de su estado? O ¿será sólo la concepción de la familia Moreira y de sus correligionarios priistas la que impere en esa nueva carta magna?
En su primer acto oficial como gobernador, Rubén Moreira tenía la oportunidad de mandar señales claras y contundentes a la ciudadanía de que su gobierno caminaría sobre senderos más firmes y transparentes que los recorridos por su hermano. Pero prefirió el discurso fácil, la demagogia, la omisión y la ocurrencia. Y con ello un gobierno no puede ganarse el beneficio de la duda de una ciudadanía decepcionada de sus políticos. Lo que tendrá más bien ahora es el perjuicio del escepticismo de un amplio sector de la población. Y con eso deberá lidiar el nuevo gobernador.
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