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Mucho qué decir...

Las laguneras opinan...

MARÍA ASUNCIÓN DEL RÍO

 H Ace un par de semanas, Mussy Urow, una de las laguneras que opinamos en esta columna, comentaba aquí mismo la forma como los acontecimientos del país y la actitud que asumimos ante ellos han ido cerrando nuestro panorama visual, para dejarnos con dos únicas posibilidades de escribir: una, la queja regañona ante los problemas de la ciudad y su relación con política y políticos que no asumen sus obligaciones y que a fin de cuentas ni caso nos hacen; dos, fingiendo que todo está bien, sacarle el bulto a la realidad inmediata para hablar de cosas que resultan intrascendentes. Decía mi amiga que, con la inspiración limitada por las circunstancias, parece que no tenemos de qué hablar y más nos valiera guardar silencio. Desde esta óptica, la función útil, expresiva y creativa de la columna que hemos mantenido sin interrupciones a lo largo de 12 años queda un poco en entredicho.

Considerando sólo los últimos dos o tres años, tiene razón Mussy: la realidad cotidiana, violenta y problemática, en la que todas las cosas malas de México y del mundo han llegado a los bordes, derramándose en ríos de perversión, ataques a diestra y siniestra y su interminable fila de cruces, es lo más destacado y no podemos eludirlo. Actos vandálicos y represores en los que delincuentes y custodios del orden se confunden, actuando casi de la misma forma, ante la pasividad y la ineficiencia de los responsables de nuestra paz y progreso -o de que no los tengamos- , nos abruman y hacen que cualquier otro tema parezca frívolo e indigno de considerarse. Sin embargo, creo que nuestra columna no puede reducirse tan fácilmente a esta visión. A través del tiempo hemos abordado temas tan distintos como la literatura o la educación, crónicas de viaje, medios de comunicación, proyectos académicos, forestales o médicos; hemos hablado de museos, de cultura en general, de personajes destacados en el arte y la ciencia, nuevos enfoques de investigación, música, familia, cine, celebraciones, descubrimientos, ecología, sexo, historia... Alternados, obviamente, con los avatares de la política local y nacional, que siempre dan de qué hablar y de los que no podemos ni debemos sustraernos, no sólo porque son parte esencial de nuestra existencia, sino porque la condicionan y la ponen en crisis. Activo mi memoria y recuerdo haber escrito artículos sobre programas televisivos y programas de asistencia social, conflictos generacionales y conflictos religiosos, maltrato a las mujeres y a la naturaleza, festejos que conmemoran el amor y la muerte, la Navidad y la Pasión, la libertad y la patria. He hablado de los niños y de los ancianos, muchas veces de la juventud; de mis amigos vivos y muertos, de las cumbres sociales y también de sus abismos. He compartido con los lectores obras literarias especialmente importantes y películas que me conmovieron profundamente por su belleza, por su dramatismo, por su sentido del humor o por el manejo técnico de sus recursos, y también he manifestado nostalgia por lo que se fue, coraje por lo que destruimos, repudio por acciones tramposas y discursos falsos. He viajado en el espacio y en el tiempo, y ante eventos de naturaleza diversa he expresado mi dolor, tanto como mi alegría, mi asombro maravillado o mi indignación. Pero sigue teniendo razón Mussy, porque los últimos tiempos parecen habernos acorralado entre las cuatro paredes de la violencia, la ineptitud, la maldad impune que parece no tener fin y la corrupción que todo lo alcanza.

Cuando el comentario de mi compañera salió a la luz, recibí una llamada agradable y en muchos sentidos extraordinaria, que me hizo reflexionar en lo que hasta aquí vengo diciendo y que me da pábulo para escribir hoy. Una lectora regular de nuestra columna -y dada la variedad y actualidad de la información que posee, creo que de todos los medios periodísticos a su alcance-, me comentaba la necesidad que tienen los diarios de contar con opiniones diversas y la importancia de conservar un espacio como el nuestro para hacerlas llegar a los lectores. En agradabilísima charla que se prolongó cerca de una hora, la amable lectora me hizo ver que la realidad -incluso la actual- no tiene por qué circunscribirse al conteo de muertos diarios ni a la baquetonería de los diputados ni al cinismo de los partidos políticos, en perpetua campaña (más para alcanzar el poder que para cumplir con lo que ofrecen). Hay muchos temas locales esperando que alguien los tome y desarrolle, y muchas personas ansiosas de saber acerca de éstos: personajes célebres de la ciudad, acciones meritorias de sujetos públicos, pero sobre todo privados; aficiones interesantísimas a las que la gente dedica tiempo y esfuerzo y de las que pudiéramos disfrutar muchos, si las conociéramos; lugares, instituciones, labores de las que no nos percatamos, pero cuyo beneficio disfrutamos sin saberlo... A lo largo de nuestra charla fui visualizando los contenidos de los libros y documentos que conmemoraron los centenarios de Torreón y Gómez Palacio, y la cantidad de logros, personas, objetos, aventuras y maravillas de antaño y de hoy que quedaron fuera de ellos y a los que ignoramos, enfrascados como estamos en las mortificaciones del momento. El resultado del diálogo fue como abrir de par en par una ventana para contemplar con ojos nuevos el entorno físico, cultural y social en el que vivimos, el cual en los últimos tiempos hemos visto sólo a través de una rendija. Y lo más admirable de todo es que esta mujer observadora, atenta al devenir diario de la comarca, del país y del mundo, generosa para compartir sus ideas, de mente aguda y corazón abierto, es una dama lo suficientemente mayor para imaginarla sentada en un sillón, viendo pasar las horas y apapachando los achaques o las quejas que llenan la vida y el tiempo de quienes dejaron atrás la juventud. ¡Nada más lejos de la verdad! Con 86 años a cuestas, plenos y floridos, a lo largo de los cuales procreó doce hijos sin interrumpir su trabajo en el laboratorio de análisis químicos de su marido, a la par que atendía la casa, hacía y daba de comer, limpiaba, vestía y curaba, asistía a eventos culturales, leía y participaba de las actividades escolares de aquella muchedumbre de infantes que demandaban su atención, sin que uno pueda imaginar cómo, se organizó también para colaborar en empresas de asistencia y desarrollo social, para cumplir con sus deberes ciudadanos y para ser feliz. Hoy, en total dominio de sus facultades intelectuales y con una lucidez envidiable, todavía se da el lujo de percibir esa realidad que se nos ha escapado y sugiere que sea puesta en la mira de nuestras opiniones y compartida por los lectores de esta columna. Tuve el enorme placer de conocerla personalmente como alumna en un diplomado de cultura mexicana del que fui instructora. Su presencia adulta y experimentada, su simpatía y sentido del humor a flor de piel, su disciplina y participación activa fueron inspiradores para todos. Claro que aprendí más de sus comentarios sobre los diversos temas del curso que lo que ella pudo aprender de los míos, y si entonces me impresionaron su capacidad y su entusiasmo, la impresión se duplica hoy que llama nuestra atención hacia la multitud de asuntos que valen la pena y que sin duda revitalizarán este espacio. ¡Salud y honra para usted, Doña Estela Perezgazga de Valdés, cuya inteligencia y compromiso personales son el primer tema para destacar entre muchas laguneras que opinan!

Ario@itesm.mx

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