El uno y dos de noviembre, los mexicanos celebramos a la muerte; el primero dedicado a los conocidos salvos e inocentes que partieron de esta vida y dejaron el recuerdo amoroso de su existencia; el segundo, a los difuntos mayores.
La tradición nos viene de la época prehispánica, costumbre de pueblos primitivos de Mesoamérica, que se repite en todo el continente.
Conforme a las creencias mexicas, cuando el individuo muere, su espíritu continúa viviendo en Mictlán, residencia de las almas que han dejado la vida terrenal.
Ese es un espacio particular, creado por los dioses para aquellas almas que se separaron del cuerpo terrenal; ahí descansan, hasta que retornen a sus hogares para visitar a familiares.
La costumbre se repite en otras culturas, caso de la Maya, Olmeca, etc., pueblos en que la muerte ocupaba un lugar preponderante.
Igual podemos encontrarla en otras de Oriente Medio: egipcios que crearon sus Casas de la Muerte, lugares de embalsamamiento de los cuerpos; con los Judíos, quienes realizaban rituales funerarios que incluían arrojarse cenizas sobre su cabeza, señal de duelo; cristianos primitivos, con ceremoniales en que entregaban el alma del difunto al creador, antecedente de nuestras costumbres de homenaje a los ya fallecidos.
En las culturas antiguas, como la china, el culto a los difuntos es un símbolo de unidad familiar y al igual que los egipcios, rendían tributo al muerto construyendo templos y pirámides.
Para hacer más cómodo y seguro el viaje al otro mundo, los entierros incluían alimentos, vestidos, armas y otros enseres que pudieran requerir, sin olvidar dineros y en algunos casos hombres y mujeres que servirían como sirvientes en la otra vida.
Los pueblos marítimos incluían una buena embarcación, caso de los vikingos, misma que lanzaban al mar, con el difunto en ellas, encendidas para que cuerpo y transporte ardieran hasta hundirse en las aguas.
Nosotros heredamos la costumbre de preparar alimentos para consumirlos el día de difuntos; algunos pueblos indígenas nos han dejado ceremoniales que han sido reconocidos como "Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad", caso del reconocimiento de la UNESCO, del año 2003, declarando la fecha como "legado de la humanidad".
Esa misma tradición modificada, la observamos en regiones como la nuestra, cuando el día de los inocentes y de difuntos son marcados como especiales y las autoridades intentan hacer preparativos para que lo festejemos dignamente, con limpieza general y, de ser posible, pintura a bardas y rejas de panteones, vigilancia especial, venta de agua y autorización de comercialización del líquido elemento para lavar losas, pintores que ofrecen sus servicios de retocado de nombres y epitafios, vendedores de alimentos, incluidas bebidas refrescantes, hasta algunas "espirituosas" comerciadas clandestinamente. Puro folclor.
Las fechas de recuerdos y nostalgia por nuestros muertos, la transformamos en día de fiesta familiar; oportunidad para reunir a la familia y tejer recuerdos, compartir el pan y la sal -aunque muchos prefieren regresar a casa y hacerlo en la privacidad- y apoyándonos de la memoria del desaparecido, hacer nuevos alianzas de unión y perdón.
No tenga la menor duda que en eso somos diferentes a otras culturas del planeta: festejar, reír y recordar con el corazón desgarrado, caso del valiente que entre sollozos o con lágrima viva recuerda a la madrecita, hasta aquellos que con música de mariachi, trío o simple acompañamiento de guitarra -según presupuestos- entonan melodías que gustaban al difundo memorado.
La muerte, para los mexicanos, es excusa de festejo con algarabía y en algunos casos franca borrachera, razón por la que memoramos de diferentes maneras, algunas de ellas aprovechables para el beneficio del turismo nacional, caso de Janitzio, en Michoacán, o los múltiples poblados del Valle de México.
También ha sido tema de películas, como la muy reconocida "Mecánica Nacional", con alguna continuación, donde el día de finados sirve para mostrar nuestra particularidades comunales, incluida la abuela muerta, la mujer insatisfecha y adúltera, el oportunista y los amigos disfrutando las viandas y bebidas gratis.
Considere a la música mexicana, encabezando ese arte el compositor guanajuatense José Alfredo Jiménez y su canción que declara enfáticamente: "la vida no vale nada", o el jinete que "vaga solito en el mundo" recordando a la mujer amada.
Tampoco olvide a cronistas musicales, como Chava Flores y el sepelio de Cleto, personaje del México antiguo.
A los "angelitos", como llamamos a los difuntos menores de edad, los entregamos a la madre tierra en ataúdes blancos y ropajes celestiales, entre sollozos y dolencias espirituales; los festejamos un día antes, en ceremonias sencillas, pero igual de solemnes, ambientadas con ramos de flores, cruces nuevas para reponer las deshechas por el tiempo o limpiando y retocando sepulcros coronados con algún ángel Gabriel.
Ambos días son patrimonio de mexicanos, actos de nuestra cultura que debemos conservar y enriquecer.
¿Qué recuerdos tiene? ydarwich@ual.mx