Madrugar no resultó difícil aquella mañana luminosa de abril, en que ataviadas con vaporosos vestidos primaverales salimos tempranito para asistir a la primera comunión de una sobrina. Mis dos pequeñas hijas conmigo al volante del flamante Corsar que estrenábamos por entonces, emprendimos el camino hacia el convento donde se realizaría la ceremonia, seguida del desayuno que ofrecían los padres de la comulgante. Por ser sábado, el tránsito era fluido, y en un cruce donde esperábamos la luz verde para tomar la avenida Insurgentes, sentimos el golpe. Al rebasarnos a toda velocidad por la derecha, un autobús de pasajeros arrancó una salpicadera de nuestro auto. Antes de que pudiéramos reaccionar, el chofer del camión se siguió su camino. "No se preocupe, nosotros lo vimos y vamos a alcanzarlo" me gritaron desde la ventanilla de su auto unos muchachos. En efecto le dieron alcance y lo detuvieron. Yo, después de consolar a mis niñas que estaban muy asustadas, manejé hasta el lugar donde los jóvenes habían detenido al camionero, y auxiliados por una patrulla, fuimos todos a la Delegación, donde los choferes de transporte público -que con frecuencia no cuentan ni siquiera con licencia de conducir como fue el caso del que me había chocado- siempre cuentan con gestores que saben cómo y a quién sobornar. Después de una hora de espera sin que nadie nos hiciera mayor caso, decidí que contando yo con seguro de accidentes, no tenía por qué estar en aquel horrible lugar con mis chiquitas. Agradecí a los jóvenes su ayuda, y como delante de mis niñas no debo decir malas palabras; me conformé con sacarle la lengua al chofer del camión. Me disponía a retirarme cuando el hombre que ostentaba el cargo de Ministerio Público finalmente se dignó informarme: "Usted no se puede retirar porque el camión contra el que chocó, traía pasajeros y no sabemos si hubo hechos de sangre". No entendí bien cómo sucedieron las cosas, pero de pronto; la que estaba detenida era yo. Así se las gastan esos funcionarios que no pierden la oportunidad de utilizar sus mendrugos de poder para amedrentar a los ciudadanos que tenemos la desgracia de caer en una Delegación.
Creo que al menos en esta capital son bien pocos los ciudadanos que no han vivido la devastadora experiencia de presentarse frente a un Ministerio Público que por aquello de las dudas, desde el primer momento nos trata como delincuentes. Los ciudadanos del diario que no contamos con influencias ni compadrazgos sabemos que lo mejor es mejor aguantar y callar para no exponernos a las burlas y abusos de imbéciles burócratas como la fiscal de oficio y el juez que aparecen en "Presunto Culpable" (el controvertido documental que ante la prohibición de continuar en las pantallas de los cines de esta capital; se ha convertido en un éxito de taquilla). Por las actitudes inescrupulosas y corruptas que exhibe el documental y que muchos ciudadanos hemos sufrido, la nula credibilidad en nuestro sistema de procuración de justicia anula moralmente sentencias como la del "Presunto Culpable" o la de la joven francesa Florence Cassez, sentenciada a sesenta años por complicidad en un secuestro.
"Esta es la casa de los inocentes", me dijo algún recluso de la cárcel donde por algún tiempo impartí un taller de creación. ¿Qué otra cosa van a decir? Sin embargo, en el caso de "Presunto Culpable", no resulta convincente la total inocencia del joven que después de una sentencia de veinte años por un asesinato que no cometió, fue exonerado de toda culpa.
En cuanto a Florence Cassez, el tratamiento que se le ha dado a su caso es tan mediático como errático; sin embargo tampoco se podría afirmar que la joven francesa sea ninguna blanca paloma. Reproduzco aquí algunos fragmentos de la carta que ha hecho circular Cristina Ríos Valladares, la mujer que junto a su hijo fue secuestrada por Israel Vallarta en complicidad con su novia Florence: "La misma voz que escuché innumerables ocasiones durante mi cautiverio, la misma voz de origen francés que me taladra hasta hoy los oídos. La misma voz que mi hijo reconoce como la de la mujer que le sacó sangre para enviarla a mi esposo junto a una oreja que le haría creer que pertenecía al niño. Ahora ella grita su inocencia y yo en sus gritos escucho la voz de la mujer que celosa e iracunda gritó a su novio que si volvía a meterse conmigo (lo vio cuando me vejaba) se desquitaría en mi persona. Florence narra su calvario en la cárcel, pero en el penal puede ver a su familia, hace llamadas telefónicas, concede entrevistas de prensa, y no teme cada segundo por su vida. Ella no conoce el verdadero infierno que es un secuestro". Desgraciadamente, la carencia de autoridad moral de nuestro corrupto sistema judicial, invalida cualquier sentencia. Seguro que no son todos los que están, pero tampoco están todos los que deberían estar.
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