¡Uff! qué calor hace en estos días. No hay nada que lo mitigue. El cerebro, esa sustancia que el ser humano, por lo común suele traer en la parte superior de la cabeza y digo por lo común por que se topa uno en el lugar más inesperado con cada individuo cuyo cholla sólo le sirve para traer puesto el sombrero. Digo que el cerebro, al caminar por la banqueta de cualquier calle parece, mientras lanza un exabrupto contra sí mismo, estar a punto de derretirse. El sudor resbala por la cara profusamente. Sólo se compara a la transpiración agobiante de un curtido hombre acostumbrado al calor, que con una pala alimenta el fogón con carbón de coque. Las arrugas le dan el aspecto de arroyos, por donde navegan abundantes gotas húmedas, que al llegar a la barbilla deciden desprenderse, una a una, si antes no son despedazadas por el dorso de la mano que su dueño utiliza para retirar lo que resbala por sus toscas mejillas. Los rayos del sol hacen su trabajo con tal pericia que sólo se aventuran a salir de la casa las amas de casa que llevan sombrilla. El astro rey no deja resquicio sin calentar. Desde hace tiempo su más caro deseo es convertir el planeta Tierra en un páramo sin agua, cubierto tan sólo de duras rocas, que navegue por los espacios siderales silenciosa como una gigantesca esfera carente de atmósfera.
Los habitantes de otro planeta mirarán a través del ojillo de un rudimentario telescopio la que una vez lució como una brillante canica recién tallada. Esa impresión nos ha dejado la última reunión de países que no quieren reducir sus emanaciones de gases tóxicos. Hace tiempo se abrió un agujero en la estratosfera que permanece ahí como un colosal monumento a la desidia y a la ambición. Mientras los seres humanos seguiremos como pescados zarandeados al borde de un hogar de ardientes brasas. Muchos laguneros y de otros rumbos agarrarán sus "chivas" saliendo con su mujer y sus chilpayates a las playas más cercanas a "tomar el sol" como si el de aquí no fuera suficiente para broncear; no les parece suficiente lo que ha venido haciendo la naturaleza desde los tiempos en que los aztecas se enseñorearon de la gran Tenochtitlán. Bien, vuelven requemados, gastados, ni para desempeñar el televisor quedó en los bolsillos, "ni modo vieja nos perderemos a la que enchuecando sus labios y con voz enronquecida, por los "alipuces", claro, le dice: cocó, a su empleada y confidente. Ya habrá otra Emperatriz y otro Cielo Rojo, "no ves que es la manera de embrutecernos". Ahí, los malvados reciben su merecido, no como en la vida real que los sueltan y hasta perdón les piden.
¿Para qué sudamos? El sudor es un líquido claro, salado, con una pequeña proporción de grasa y un por ciento de urea. Si existen fallos renales la persona afectada puede su piel ponerse amarilla. Si es normal, está regulada por el sistema nervioso. Conocí personas a las que les sudaban las manos, que al saludar se sentían "aguadosas", dando una impresión desagradable. No podían evitarlo. La sudoración es una secreción ácida, por lo que la piel mantiene un pijama ácido de gran importancia fisiológica, pues establece una barrera contra los microorganismos. Erróneamente se dice que murió al no poder respirar como se presentó en la película, basada en la novela de Ian Fleming, titulada Goldfinger, multimillonario, excéntrico y maquiavélico, allá por los años sesenta. Sinopsis: El maloso trafica con oro, pero como tramposo que es, le gusta ganar, por lo que juega a las cartas en el jardín, pidiendo a su invitado que se siente dando las espaldas a los cuartos del hotel donde la cómplice, una mujer, mira con un telescopio, él aduciendo que padece de agorafobia se sitúa frente a su adversario. Bond se da cuenta de la treta por lo que, antes de iniciar la partida de póquer localiza el cuarto y al estilo James Bond, conquista a la mujer, deshace el embrollo y le gana a Auric Goldfinger, quien al no recibir la información, va y le cubre la piel con pintura de oro a la mujer, muriendo al no poder respirar la piel; esto último no era verdad; lo que se sabe, es que la piel cubierta en su totalidad se vuelve incapaz de regular la temperatura del cuerpo, verdadera causa de la muerte.
Bien, estamos en una temporada de mucho calor. El Sol que hay en estos días, pica y quema la piel. Los rayos no son como los de antes. En el pasado de Torreón no se habían dado temperaturas tan altas o cuando menos no las habíamos sentido así. Ahora el calor es sofocante. Imaginemos que viajamos a la Luna donde no hay sombra que nos resguarde, ni capa de ozono, ni atmósfera, que Dios nos coja confesados si a la Tierra le pasa algo igual. Lo que sí es que el ardiente Sol no se la ha acabado. No sé qué tanta lucha le habrá hecho. Los nativos de nuestro país, cuando llegaron los conquistadores, al Sol le llamaban Tonatiuh, el luminoso, el que calienta. Ocupa el centro del calendario Azteca. El Sol era guiado a través del firmamento por una serpiente de fuego llamada Xiuhcoatl y por las almas de valientes guerreros transformados en colibríes. De acuerdo a la mitología azteca el Sol no se movería a lo largo del cielo de la noche, trayendo consigo el día si no recibía, como tributo, sacrificios humanos. En fin, los laguneros ni sudan ni se abochornan.