Siglo Nuevo

Niños de hoy, ¿menos felices?

Un presente complejo, un futuro incierto

Niños de hoy, ¿menos felices?

Niños de hoy, ¿menos felices?

María Elena Holguín

Mientras los adultos nos envolvemos en la diaria rutina de los compromisos, las prisas y las dificultades, llevamos de la mano a nuestros niños por un entorno que amenaza su seguridad, tranquilidad e incluso su salud física y emocional. Es momento de detener la marcha y empezar a pensar en el mundo que hoy les ofrecemos, pues contrario a lo que pudiéramos creer, la vida actual para los infantes no necesariamente es mejor a la que vivieron nuestros padres y abuelos.

Niños con trastornos de déficit de atención o deprimidos; con una dieta baja en calorías porque ya tienen sobrepeso o sin irritantes porque padecen gastritis. Niños que por años acuden a terapia psicológica por el perjuicio que las situaciones de violencia entre sus padres les han provocado. Niños que permanecen aislados porque ya no es seguro jugar en la calle ni visitar a los amigos.

Estos son ejemplos de las circunstancias que conforman la existencia y el entorno de los infantes en la actualidad, ante lo cual continúan surgiendo inquietudes como: ¿el pequeño debe lidiar con escenarios cada vez más complejos? ¿Es verdad que tiene menos atención que antes? Y principalmente, ¿cómo afectan todas estas vivencias a su desarrollo?

Es una realidad que las últimas generaciones han crecido escuchando de manera cada vez más recurrente que este mundo nada tiene que ver con el de ayer, respecto a un sinfín de aspectos y haciendo alusión a que los infantes de hace 50 años no fueron testigos, partícipes o víctimas de “tantas cosas feas”.

Frente a tales comentarios y afirmaciones, en la mente de muchos nace el cuestionamiento de si en realidad la vida para los niños en el pasado era diferente o incluso mejor.

Independientemente de los factores que no esté en nuestras manos cambiar, como sociedad en conjunto nos corresponde preguntarnos en qué estamos fallando y sobre todo qué podemos hacer para ofrecer a la niñez las condiciones aptas para que logren desarrollarse sanos y felices.

¿UN AYER ROSA PASTEL?

“Todo tiempo pasado fue mejor”, dicen con triunfalismo los abuelos y padres sorprendidos por la serie de preocupaciones que hoy experimentan los niños en nuestro país y en todo el mundo.

Ellos crecieron en un entorno en el que no se hablaba de tantas enfermedades y las que había, se curaban empíricamente; jamás escucharon de alergias o niveles de contaminación, de que el agua está por acabarse o que el cambio climático haría estragos en el planeta.

La violencia se remitía a las historias de gangsters que leían en los libros de bolsillo o veían por la televisión -quienes tenían ese lujo nunca se imaginaron que el México de hoy se tiñera tanto de sangre.

Difícilmente presenciaban una discusión entre sus padres o escuchaban pláticas de adultos; ni siquiera llegaban a enterarse de lo que pasaba a su alrededor. Tampoco sabían de depresiones, ansiedad ni mucho menos necesitaban de juguetes caros para divertirse. Bastaba un puñado de amigos para inventar y hacer lo que les tocaba: vivir su niñez.

¿Eran más sanos?

¿Quién no escuchó alguna vez decir a sus papás o abuelos: “Estás empachado”? Bastaba entonces un masaje en el estómago y un té de manzanilla o de anís para aliviar las molestias de lo que en términos médicos conocemos como indigestión.

El mal de ojo, la alferecía, el susto, la caída de mollera y otros términos dados a los malestares que no podían identificar o curar los doctores, era lo que más preocupaba a las madres de familia respecto a la salud de los hijos, especialmente si se trataba de los más pequeños, por tener mayor vulnerabilidad a presentarlos.

Pero más allá de estas y otras definiciones populares, hasta hace poco más de cuatro décadas el panorama epidemiológico estaba conformado por padecimientos infecciosos e inmuno prevenibles como las principales causas de enfermedad y muerte en la población infantil de nuestro país. Los niños podían morir a causa de un sarampión o una diarrea mal tratada.

En la medida en que se introdujeron vacunas y se implantaron programas para su aplicación masiva, afecciones como la poliomielitis, la meningitis tuberculosa y el sarampión, disminuyeron su incidencia sobre todo a partir de 1970.

Más recientemente, hace 10 años, las salas hospitalarias se llenaban de bebés enfermos por rotavirus o neumococo, contra los cuales también se logró crear vacunas que ya se aplican como parte del cuadro básico. Actualmente México está libre de viruela y poliovirus, y mantiene bajo control otros riesgos como la rubéola y las paperas.

Aunque la obesidad siempre ha existido, en el pasado era una condición casi imperceptible y hoy se ha convertido en la epidemia que ubica a la población infantil mexicana en el primer sitio a nivel internacional. El Médico Pediatra Yamil Darwich lo atribuye directamente a dos factores: las condiciones en que antes se desarrollaban los niños y la alimentación.

En el primero de los casos, refiere, los pequeños dedicaban horas enteras a jugar en la calle. Esto implica que si bien no acudían a clases de natación, ballet o taekwondo por las tardes, con el juego se ejercitaban y quemaban las calorías consumidas mediante los alimentos. A su vez éstos eran más cercanos a su condición natural, gracias a que las madres de familia invertían más tiempo en preparar comidas con ingredientes frescos, sin los conservadores y todo tipo de sustancias añadidas que en la actualidad hacen que algunos sean del todo sintéticos. Incluso muchos, muchos años atrás, había hogares de cuyo patio trasero se obtenían algunos componentes esenciales de los platillos: los huevos frescos de cada día, las frutas del huerto familiar, o la carne del cerdo criado por meses...

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