E L tema obligado esta semana es el décimo aniversario de los peores ataques terroristas en la historia de Estados Unidos y que serán recordados el próximo domingo 11 de septiembre.
El llamado 9/11 (nine eleven, en inglés) cambió la vida del mundo entero y lamentablemente para complicar todavía más la seguridad internacional.
Conviene reflexionar sobre las repercusiones, errores y aciertos cometidos tras la destrucción del World Trade Center de Nueva York, el ataque al Pentágono en Washington y las cuatro naves con sus pasajeros que participaron en los hechos.
Quienes vivimos de cerca este suceso, sea en Estados Unidos o en la zona fronteriza, sabemos que México fue uno de los más afectados porque los atentados truncaron la reforma migratoria y una etapa de gran dinamismo económico que vivía el país a casi diez años del Tratado de Libre Comercio.
Irak y Afganistán padecieron la peor parte de la secuela del 9/11 y desde luego Estados Unidos que todavía no se repone de la artera y cobarde agresión terrorista por cuenta del grupo extremista Al Qaeda que comandaba el malogrado Osama bin Laden.
El golpe fue devastador en lo anímico y político durante los primeros meses, pero hoy las consecuencias son devastadoras en lo económico al grado de mantener en vilo al pueblo norteamericano con un desempleo histórico y una recesión casi crónica.
Entre muchos males, el golpe dejó al menos un legado positivo para los norteamericanos: la solidaridad y el patriotismo vivieron sus momentos de gloria, como en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
La muerte atroz de al menos 2,977 personas inocentes por cuenta de los terroristas, despertaron sentimientos de unidad y empatía. Pero también de rabia y venganza. A unos días de los ataques le preguntamos a un oficial de la Marina norteamericana cómo debería responder su gobierno. Sin vacilación respondió: "Bombardear de inmediato a los ocho o diez países del mundo árabe que tienen relación con terroristas".
-- ¿No habrá riesgo de matar a muchos inocentes que nada tienen que ver con Al Qaeda?, peguntamos.
-- Por supuesto, pero Estados Unidos tiene que vengar las muertes de sus ciudadanos.
Por fortuna la reacción bélica estadounidense fue menos radical, sin embargo en el caso de Irak se demostró una y otra vez que no existían nexos con Al Qaeda y que nunca existieron armas químicas almacenadas por el gobierno del odioso Saddam Hussein.
Si Estados Unidos se hubiera concentrado en combatir a los terroristas en Afganistán, el mundo se hubiera ahorrado muchos problemas y Osama bin Laden habría sido sometido más pronto.
Además de los terribles efectos de los ataques del 11 de septiembre, hoy padecemos la secuela de otros errores cometidos por los gobernantes.
En primer lugar el exceso militar de George W. Bush llevó a Estados Unidos a un déficit fiscal incontrolable y al incremento del racismo en contra de las minorías étnicas.
Bush mejoró los niveles de seguridad interna, pero a costa de fomentar miedos, la xenofobia y de complicar terriblemente el comercio, el turismo y los negocios a nivel internacional.
México tuvo su mal rato luego del 11 de Septiembre que se agravó todavía más cuando censuró la invasión de Estados Unidos a Irak. Desde ese momento se vino abajo cualquier posibilidad de un convenio migratorio y de una mejora en las dañadas relaciones económicas.
Quisiéramos decir lo contrario, pero estaríamos mintiendo. A diez años del 9 /11, el mundo no es más seguro ni más libre, tampoco el terrorismo está bajo control, ni los sistemas de seguridad del mundo occidental han alcanzado la efectividad deseada.
En suma, el fantasma del terrorismo sigue presente con su perversidad y el temible recuerdo de Osama bin Laden, cuya ejecución y posterior sepultura en medio océano no fue suficiente para apaciguar los miedos de una humanidad que cambió diametralmente desde septiembre del 2001.
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