Vestigios. Minutos de pánico vivieron vecinos del parque Sicomoros en Torreón Jardín, en donde se suscitó un tiroteo el sábado.
Noche de un sábado de verano en Torreón. Amenaza lluvia. En la colonia residencial Torreón Jardín se respira la tranquilidad de siempre. Un grupo de adultos jóvenes se ha reunido en una casa contigua al parque Sicomoros a festejar un cumpleaños.
No todos los invitados han llegado aún. Sobre las mesas que están en la cochera se observa apenas las primeras cervezas y algo de botana. La cena está en preparación en la cocina.
-Que se puso feo en la semana, ¿verdad?- cuestiona un invitado que acaba de llegar de Guadalajara.
-Pues, como siempre. Ya sabes que aquí los balazos son de todos los días- responde otro de los asistentes.
Son 10 para las 11. Niños y adolescentes, hijos de los invitados, salen y entran de la casa esperando la cena: tacos de borrego. El estéreo toca el unplugged de los Tigres del Norte.
-¿Qué se oyó?- pregunta un invitado, luego de escuchar dos lejanas detonaciones.
-Han de ser cohetes- dice el festejado.
-Parecían balazos- alguien dice en voz alta lo que la mayoría está pensando.
De pronto, un resplandor seguido de una explosión llama la atención de todos.
-Ya ven, sí son cohetes.
Y apenas termina el anfitrión la frase cuando una tupida metralla comienza a escucharse. De golpe se despeja la duda de lo que habían escuchado.
-¡No ma.., se están dando aquí afuera!
-¡Adentro todos!
Como pueden, invitados y anfitriones cruzan la puerta. Una mujer con una niña de brazos resbala y con un movimiento imposible evita aplastar a la bebé.
Un niño corre hacia un cuarto y se mete debajo de la cama. Una jovencita se esconde en un guardarropa. Los demás quedan en la sala o se meten a la cocina.
El sonido seco y repetitivo de las detonaciones aumenta la adrenalina. Niños y adolescentes sueltan el llanto, uno de ellos vuelve el estómago.
Un papá trata de calmar a sus hijos. La mujer con la bebé de brazos cubre con su cuerpo a su hija. Los disparos no cesan y se oyen cada vez más fuertes.
-¡Abajo, abajo! ¡Todos abajo! ¡No se levanten!
Los balazos se escuchan durante 5 o 10 minutos... pero a los que están en la casa les parece una eternidad. Todo es confusión. La sombra de la muerte provoca escalofríos. Los latidos del corazón compiten con el ruido de los rifles.
-Es aquí en la calle.
-No, es en el parque.
-¡Es lo mismo! ¡Se oye a madres!
De pronto, la refriega parece amainar. Pero se vuelven a escuchar varios disparos, éstos mucho más cerca. Siguen los gritos:
-¡Quédense en el suelo!
-¡Aléjense de las ventanas y de la puerta!
-¡No se asomen!
En un rincón, un papá le dice a sus dos pequeños hijos para tranquilizarlos:
-Es un simulacro, no pasa nada.
Y luego empiezan a rezar: "Dios te salve, María..." "Angelito de mi guarda...".
A una cuadra y media de la casa de la fiesta, al oír los primeros balazos una mujer le dice a su niño de ocho años:
-¡Bájale a la tele!
-¿Por qué, mamá?
-Porque se oyen disparos.
-Ay, mamá, no es cierto.
-¡Que le bajes!
El tronar de los rifles los obliga a saltar de la cama. El otro niño corre con su hermano y su mamá asustado.
-¡Métanse al baño! ¡Tírense al piso!
-¡Mamá, mamá! ¡¿Qué está pasando?!- dice el menor de los hermanitos.
-¡Se están balaceando!- responde la madre con la voz entrecortada.
Temblando, la joven madre llama por teléfono a su papá, pero del pánico, no logra hacerse entender. Uno de los niños toma el celular y habla con su abuelo.
-¡Abuelito! ¡Estamos en el baño porque hay una balacera!
-Mi'jo, quédense ahí. Cuando ya se calme todo se van para su casa.
-¡Estamos en la casa, abuelito!
Cuando por fin la calma llega, los ocupantes de la casa de la fiesta se levantan, se buscan, se abrazan. Aturdidos, tratan de entender lo que está pasando y el riesgo en el que se encuentran.
Los celulares empiezan a sonar. Se avisa a los invitados que no han llegado que no se acerquen, que mejor se regresen a sus hogares.
-¡Ni vengas compadre, esto está de la fregada!
-¡Mi esposo fue a dejar a los niños y no me contesta!- dice una mujer desesperada. Los demás tratan de calmarla... y de calmarse a sí mismos.
Minutos más tarde, la primera información comienza a fluir en las redes sociales. "Tiroteo en plaza de Sicomoros". "Sujetos armados en camioneta disparan a soldados". "Dos muertos en balacera en Torreón Jardín".
El temor ahora es que alguno de los participantes en el enfrentamiento busque entrar a la casa... y que los soldados vengan por ellos.
-¡Que nadie salga!
-¡Cierra bien esa puerta!
-Ya está cerrada.
De pronto se oye un silbido en la cochera.
-¡No abran! ¡No abran!
-¡Es este güey, ábrele!- ordena el que ha reconocido al amigo que andaba afuera.
-¡Es mi esposo!- dice la mujer que hace unos momentos trataba de comunicarse con su marido.
Se abre la puerta y entra el marido con el rostro pálido. Es un milagro que haya llegado hasta ahí a salvo.
Entre el miedo, las historias y los tacos de borrego, la noche transcurre. De pronto empieza a tronar el cielo. Luego de la lluvia de plomo, viene la lluvia verdadera, la que reconforta.
Todos están bien. El peligro se ha ido... pero no así el temor. Ése se queda a hacerles compañía toda la noche... junto con una frase que resuena en la mente y oídos de los presentes: "Así no se puede vivir".