Hace 103 años, el 20 de diciembre de 1908, el periodista José Agustín de Escudero escribió en el Semanario "Eco de la Comarca" de Gómez Palacio, Durango, sus "Impresiones de Noche Buena".
El texto de Escudero nos permite conocer el sentir del autor (que seguramente era compartido) en torno a las celebraciones decembrinas en La Comarca Lagunera hace más de un siglo. Escudero da razón de los eventos, golosinas, estados de ánimo y hasta del clima que reinaba en nuestra región durante el período festivo navideño de 1908. Quizá su lenguaje nos parezca algo cursi. Muy probablemente, esta forma se correspondía con la "elegancia provinciana" del periodismo durante la era Porfiriana. Así que, más que en la manera como lo dice, pongamos atención en lo que dice:
"Estamos en pleno mes de diciembre. Pronto tocará su fin, para dar lugar al nuevo año que viene presuroso a saludarnos, augurándonos prosperidad, paz y ventura como vivamente lo deseamos.
Estamos en el mes de la alegría, en que late con vehemencia el corazón henchido de entusiasmo, halagándonos las dulces esperanzas del porvenir que nos sonríe.
Hemos visto pasar como un sueño, los días, los meses y los años, y de ellos solo nos quedan ahora los recuerdos, que tienen poder de aliviar, un tanto, las tristes enfermedades del alma, herida con los sufrimientos y las decepciones".
"El mundo entero está de fiesta porque se alegra y regocija recordando el natalicio del Dios Niño. La sublime y poética descripción bíblica tiene poder de enternecer profundamente todos los corazones".
"Y los villancicos, los cantos y los bailes, el estruendo de los pitos, panderos, panderetas y sambombas, los acordes de las músicas, el atronar de los cohetes, el alegre repique de las campanas, los gritos de los niños que piden sus juguetes, sus dulces, sus vestidos nuevos y sus aguinaldos; la reunión de las familias donde se confunden y animan los jóvenes vigorosos con los ancianos achacosos, los grupos de los amigos unen sus afectos y sus corazones. Las posadas y los nacimientos, los árboles cuajados de dulces y curiosidades brillando con la escarcha de plata, los graciosos coloquios y las sencillas pastorelas, las curiosas piñatas y los globos, el sabroso turrón, el rico mazapán y las peladillas, los tradicionales buñuelos y los ricos tamales, las colaciones y los cacahuates con las nueces, piñones, almendras y avellanas juntamente con los tejocotes; los obsequios y las cenas con todos sus manjares especiales y todo ese conjunto sorprendente e inusitado de diversiones y entretenimiento en la venturosa y bienvenida Noche Buena, nos embriagan, nos seducen, nos enloquecen así a los pequeñuelos como a los viejos, trayéndonos consuelo, alegría, felicidad en las pesadas noches del invierno, cuando más brillan las estrellas sobre el negro manto del cielo que, derramando sus tenues lágrimas de lluvia fría, deja cristalizaciones de hielo en las fuentes y los arroyuelos, como nostalgia y dureza en muchas almas".
Para cambiar de tema, todos sabemos que nuestra urbe surgió a la modernidad, no de un rancho algodonero de mediados del siglo XIX, sino de un cruce de vías que convirtieron al lugar en el ferropuerto de una pujante Comarca Lagunera.
Nada de raro tiene pues, que en sus primeros tiempos, el ferrocarril haya predominado en la vida urbana. La Gran avenida del Ferrocarril (ahora Presidente Carranza) era quizá la más importante de Torreón, hasta que en 1910, con motivo del centenario del "Grito de Dolores", los torreonenses optaron por dedicarla a Agustín de Iturbide.
La estación del ferrocarril contaba, en 1922, con un restaurante y "elegante salón nevería", el cual era propiedad de Francisco Rodríguez y Compañía". Se trataba de don Francisco Rodríguez León, agente de negocios. Sin embargo, para hablar de los establecimientos más antiguos de la ciudad, debo mencionar a los restaurantes chinos, que fueron muy representativos en su época. En 1905, en la Villa del Torreón, existían los siguientes: "Cosmopolita" (avenida Hidalgo No. 21); "Wong Dick" (avenida Hidalgo No. 42); "Las Estaciones" (Juárez No. 20).
Otros restaurantes de la misma época fueron "El Niágara" (Juárez y Múzquiz); "El Progreso" (avenida Ferrocarril y Múzquiz); "Café Martín" (avenida Ferrocarril); "Alemán. Salchichonería Alemana" (calle Ramos Arizpe) y por supuesto, los restaurantes de los hoteles, que merecen un artículo por sí.
Para volver al restaurante "Estación de los Ferrocarriles" diremos que contaba con servicios más amplios; tenía un sistema de tarjetas personales con derecho a asistencia, que costaba 80 pesos al mes; había otras tarjetas, de carácter impersonal (es decir, acreditaban al portador a recibir el servicio, fuera quien fuera) que amparaban 20 comidas, y que costaban 20 pesos.
El restaurante contaba con servicio a la carta, pero también podía preparar y ofrecer banquetes, en el establecimiento o a domicilio, con solo llamar al teléfono Sep. 113. El salón de nevería ofrecía helados de varios sabores, y un ambiente musical logrado por medio de una pianola que contaba con un "excelente repertorio". Los servicios del restaurante eran aprovechados por cualquier persona, por $1 peso el cubierto; sin embargo, para los viajeros, el mismo servicio costaba $ 1.50.
El restaurante contaba con vinos que denominaba "finos", como los "Rioja" y "Gorri". La botella costaba $ 1.50 pesos, y la media botella, $ 0.75. Cervezas las había "Carta Blanca", y "XX", por cincuenta centavos. En 1929, un menú dominical cualquiera del Restaurante del Ferrocarril ofrecía Sopa crema de tomate, macarrón a la italiana, pescado con salsa tártara, mole de pavo estilo poblano, frijoles refritos, postre, café o te. En la nevería se podían conseguir ponches y bebidas de todas clases.