En Vive como puedas, una novela con la que me topé por una de esas buenas pasadas del destino en una mesa de novedades, el autor, Joaquín Berges, cita como epígrafe una frase genial del poeta granadino Luis García Montero: "Yo siento con frecuencia la nostalgia del futuro, quiero decir, nostalgia de aquellos días de fiesta, cuando todo merodeaba por delante y el futuro aun estaba en su sitio."
Nada define mejor al momento que está pasando el país que este idea de nostalgia de futuro. La crisis que vive hoy México es que el futuro ya no está en su sitio, perdimos la brújula, la certeza que el camino andado tiene un destino; que los pasos que damos nos llevan inexorablemente al lugar imaginado.
El pasado siempre está donde debe estar: justo en nuestras espaldas. No es cierto que el pasado no se mueva, pero tiene la gran virtud de que se mueve con nosotros. Cuantas veces viremos el rumbo, el pasado girará, para apuntalar el rumbo, como lo hace el contrapeso de la flecha en una brújula. Pero perder la idea de futuro nos descontrola y nos angustia porque no sólo perdemos la certeza de a dónde vamos, sino que toda versión de pasado pierde referente. El pasado es una construcción narrativa de lo que nos pasó, es la suma de lo que queremos recordar y lo que no podemos olvidar. El futuro también es una narrativa; la narrativa de la voluntad colectiva, del sueño al que tenemos derecho.
El bajo nivel de las discusiones y el atore de la reforma política en el Congreso de la Unión genera esto que el poeta granadino llama la nostalgia de futuro. En pocos momentos como éste queda la sensación de que la narrativa de futuro está rota. No se trata sólo de diferendos políticos, que siempre los ha habido, sino de la pérdida de la idea común, de saber cuál es el sitio en que se ubica el futuro.
Fernando M. González decía que que hay sociedades y personas que "tienen un gran pasado en su futuro", una fenomenal metáfora para definir esa tendencia a anclarse en el pasado y estar buscando siempre la reconstrucción del status quo perdido; ese pasado idealizado que siempre fue mejor.
Por momentos pareciera que la oferta política se ha dividido entre un grupo de eternos opositores a los que el fragor de la construcción de la democracia los agotó y le ha impedido construir una narrativa cierta de la idea de futuro, y un grupo de priistas aferrados en reconstruir lo que se fue, en poner al gran pasado por delante.
Tenemos que volver a construir futuro. Sacar al país del marasmo de un presente eterno que nos agobia y nos ciega, donde la violencia, la crisis y la corrupción nos envuelven de tal manera que no nos dejan respirar.
Recuperar la esperanza, reencontrarnos con la fiesta, requiere como primera acción, urgente, poner el futuro en su lugar.