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Novela a seis voces

Las laguneras opinan...

LAURA ORELLANA TRINIDAD

El año pasado recibí una invitación peculiar: la colaboración para hacer una novela histórica, de manera colectiva. Fue idea de Julián Herbert, escritor experimentado y se haría con el concurso de narradores e historiadores afincados en distintas ciudades de Coahuila, con edades y experiencias disímiles. Algunos personajes serían ficticios, otros reales. Todo giraría en torno a la revolución, con énfasis en Coahuila. Además de colectiva, la novela se construiría virtualmente, dado que los colaboradores no teníamos oportunidad de encontrarnos más que en la red. Con algo de temor acepté, dado que era algo nuevo para mí, pero la experiencia final fue gratísima: tuve la oportunidad de construir una historia más allá de los documentos y meterme en la piel de los personajes. Me conmoví muchas noches pensando en lo que sufrieron aquellos que alguna vez creí de cartón.

La novela, llamada Graduación, debido a que comienza con la asistencia de Carranza a una graduación de profesores y porque también de alguna manera los personajes principales experimentan cambios que los llevan a una especie de "graduación" en sus vidas, fue publicada y presentada en Saltillo y en otras ciudades coahuilenses, durante noviembre de 2010, para conmemorar el centenario de la revolución. Esperemos que pronto pueda ser expuesta aquí en Torreón. Siendo una novela colectiva, todos asumimos la construcción total y por ello no hay partes "propias". Quisiera compartir aquí dos fragmentos distintos, que considero se pueden entender sin el contexto total de la novela.

Ciudad de México. Miércoles 19 de Febrero, 1913.

Sres. Benjamín y Soledad García. Saltillo.

Mis queridos Benjamín y Soledad:

Cada noche de estos últimos días prendo una vela, tomo la pluma, la humedezco en el tintero y termina por secarse. No tenía ánimos para escribirles ni un breve mensaje. Se me nublan los ojos al intentar poner en palabras lo que he visto en estos aciagos y duros momentos por los que atraviesa nuestra adolorida patria. Quisiera arrancarme de los ojos lo que contemplo durante el día, para dormir aunque sea unas horas, pero apenas me recuesto y me asaltan las miradas perdidas de las mujeres que buscan a sus maridos, los huérfanos que lloran por hambre y miedo, los hombres heridos... La ciudad de México, antes inviolable, hoy está devastada. No se soporta la fetidez de los cuerpos que se deshacen y se corrompen en la calle, a la vista de todos, ¡como animales!..

Amigos, con desconsuelo les confieso que nunca había sido testigo de la desolación que deja la muerte injusta y cruel. Y ahora verla me produce una rabia incontenible. Hay un silencio espectral sólo roto en ocasiones por cañonazos y bombardeos. Se escucha el silencio. En verdad se escucha.

Aunque dolorosa, quiero que ustedes, amigos, se enteren de la verdad, puesto que todos en la prensa, desde que don Panchito tomó el mando, no paran de ridiculizarlo y publicar embustes. ¡Cuánto más ahora que juzgan próxima su caída!

[...] Todo comenzó la madrugada del domingo 9 de febrero. Doña Prudenciana, la casera, llamó desesperadamente a mi puerta, pues comenzó a escuchar los proyectiles, que al principio confundió con pólvoras de fiesta. Nos refugiamos en el último cuarto y ya no pudimos dormir. Prendió una cera y musitó quedamente súplicas y plegarias a la Virgen y a todos los santos; yo atiné a tomar mi tejido, pero entre derechos y reveses pensaba en todos mis correligionarios que pudieran estar en peligro. Por la mañana nos enteramos de que dos generales, carcamanes de la nación, Mondragón y Ruiz, instigaron a un grupo de la guarnición de la capital para que liberaran al general Reyes y a Félix Díaz

[...] ¿Qué les puedo decir, amigos queridos? Siento como si la ciudad entera pareciera un funeral: no hay luz ni teléfono, el tránsito está interrumpido. La gente se desliza arrimada a las paredes para no ser heridos por algún proyectil errado; casi sin hablar, como fantasmas. Ayer amontonaron los cadáveres, que se cuentan por cientos, y dicen que los llevarán por el rumbo de Balbuena para regarlos con petróleo e incinerarlos para prevenir brotes de epidemias...

[...] Y, ¿cómo están las cosas por Saltillo?... Me imagino que también debe haber levantamientos. Toda nuestra patria está herida. Mamaíta Ángela me mandó un billetito con un conocido que venía para acá, y en su carta me cuenta que en Gómez Palacio y Lerdo la gente está tomando las armas.

[...] Espero que aún en estas terribles circunstancias podamos encontrarnos pronto. Reciban un abrazo de su amiga que los quiere, Hermila.

Saltillo, Marzo 31, 1913. Hermila, querida amiga:

Con verdadero horror leímos tu carta. Los penosos días que viviste en la ciudad de México, la perfidia y traición a Madero y a la lucha revolucionaria, nos hicieron pedazos. ¡Quién hubiera imaginado que a la terrible dictadura de Porfirio Díaz seguiría otra tan funesta como la que ahora vivimos!.. Todavía resuenan en mi memoria las palabras de adulación que el traidor Huerta dirigía a los familiares de don Panchito, y no puedo más que pensar que se trata de un canalla, un cobarde y un desleal.

Mientras leíamos tus líneas, Benjamín y yo estábamos junto a la estufa de la cocina, adormecidos frente a una taza de café, tratando de ganar calor para empezar el día. Después de ese momento, los sucesos de los que he sido testigo empezaron a desbocarse. Por desgracia, debo contarte en ésta noticias muy dolorosas. Creo que sólo puedo compartir mi sufrimiento con alguien que, como tú, sintió un profundo afecto por mi hermano.

Hermila, tu sabes que Benjamín tenía esperanza. Desde que Madero asumió el poder, su espíritu indómito se serenó confiando en que nuestro país estaba en mejores manos. La artera traición a don Panchito, la cobardía con la que la turba inclemente, asesinó a don Gustavo, la muerte de Pino Suárez y el sacrificio de tantos otros de los que nos cuentas en tu carta, lograron que se avivara en nosotros la desesperanza, un coraje mayor incluso que el que sentimos cuando Díaz intentó reelegirse.

[...] A mediodía, cuando volví a la casa, entré a la habitación de mi hermano y encontré en ella un verdadero caos. Benjamín había tomado la determinación de unirse a los rebeldes. Quería alcanzarlos en la sierra. Sus cosas estaban regadas de mal modo por todo el cuarto. Sólo él sabría lo que estaba buscando. Me pareció como si hubiera hurgado entre su pasado hasta dar con lo que le venía haciendo falta: la vieja carabina con la que se iba de cacería en compañía del abuelo; las cartucheras; un escapulario de mamá Nachita; y un retrato. ¡No sé qué retrato!

[...] En la ciudad hay alarma y confusión. Suposiciones, rumores. El miedo recorre como un murmullo las calles. ¿Qué va a pasar ahora? Se engendra un potente y terrible demonio. A lo lejos se escuchan balazos... Luego silencios sordos.

[...] Tu amiga que te recuerda y extraña más que nunca en estos días tan aciagos, Soledad.

Lorellanatrinidad@yahoo.com.mx

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