El quinto informe de gobierno debería entregarse al congreso al ritmo de la horripilante canción de Daddy Yankee Lo que pasó, pasó. El sexto es el de las lágrimas, las disculpas y las culpas. A nadie le importa lo que se dice sino cómo se dice. En el sexto los reflectores están en el presidente electo y los odios en el presidente saliente. Por eso el quinto informe es el realidad el que marca la evaluación del sexenio, es el corte de caja: lo que pasó, pasó.
En el caso de Felipe Calderón, a pasar de que el de ayer fue su mejor discurso de sexenio, no es fácil la evaluación. El quiso ser el Salinas del PAN y en muchos sentidos se parecen: obstinados, preparados, nacidos para ejercer el poder, ambos mamaron política desde la cuna y llegaron muy jóvenes a la presidencia. Los dos son de mecha corta, llegaron al poder cuestionados por una elección que dejó dudas y, podemos compartirlas o no, pero ambos tienen visión de Estado. La tragedia es que queriendo ser Salinas termine siendo el Díaz Ordaz del siglo XXI: el que carga con los muertos. Habrá algunos, pocos y cada vez menos, que le reconozcan la valentía de haber enfrentado al narcotráfico y haya asumido la responsabilidad del Estado frente al crimen organizado. Pero en sus cálculos iniciales a estas alturas del partido la guerra debería de haber dado ya resultados y tendencias que indicaran claramente que la estrategia funcionó como se esperaba. Los resultados no sólo no se dieron, sino que el país enfrenta el momento más crítico en términos de la violencia y capacidad de fuego desatada por las mafias. A pesar de la clara explicación que hizo ayer del contexto y lógica de la guerra, es muy tarde para convencer y muy temprano para vencer.
Un buen manejo de la economía en medio de la peor crisis internacional tampoco es poca cosa pero, al corte de caja, la pobreza no sólo no disminuyó sino que aumentó producto de dos factores: la falta de empleo y la carestía de los alimentos. Si bien ambos son factores externos, pues desde que México entró a la globalización su capacidad de incidir en los precios de los alimentos es nula y, salvo la obesa burocracia, la creación de empleos se decide en todos lados menos en Los Pinos, la inacción gubernamental para corregir estos temas fue patente: nunca se tocó la estructura de subsidios al campo, que sigue beneficiando a los más ricos, ni se logró, por los motivos que sean, una reforma laboral que hiciera más competitivo al país y abaratara la creación de empleos.
Nadie le aplaude al cohetero y no hay en este país un presidente que no hay sido, en el juicio popular, el peor de todos. Las buenas cuentas que pueda dar Calderón en algunos campos están, parafraseando a Pink Floyd, oscurecidos por nubes de pólvora.