ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A.C.(PSILAC).
CAPÍTULO ESTATAL COAHUILA DE LA
ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA.
¿Pero cómo se puede expresar y demostrar el amor? ¿Cuáles son las formas, los estilos o las conductas mediante las cuales es posible manifestarlo? Seguramente que todos podríamos señalar un extenso repertorio de las mismas, con las cuales nos podemos identificar al pensar que son representativas o específicas para cada uno de nosotros, que son propias y personales y con las cuales solemos expresar un sentimiento tan fundamental como éste. Por otro lado, habrá aquellas otras formas que nos parezcan ajenas, incómodas, grotescas y hasta fuera de contexto, ya que no las sentimos genuinas o siquiera afines a nuestros rasgos de personalidad. En ese sentido, a pesar de que pueda parecer una pregunta tonta o inocente, nos podríamos preguntar qué lugar ocupa el acercamiento y el contacto físico como manifestaciones del amor. Desde que nacemos, ha sido posible comprobar por múltiples estudios, que existe en el ser humano esa inherente necesidad del contacto físico, una necesidad presente en cada bebé, tan importante y vital, que casi la podríamos definir como una necesidad no sólo fisiológica, sino especialmente emocional. Una necesidad que tiene que ver con la supervivencia en cuanto se refiere a la seguridad, la protección, la atención, la confianza y obviamente el amor, proporcionados por la madre a través del vínculo original que se desarrolla entre ambos al inicio de la vida, y que viene a representar entonces no sólo lo que serían los cuidados y la alimentación física, sino igualmente aquello que podríamos considerar como la alimentación emocional. En estudios llevados a cabo en las parejas iniciales de madre-bebé, como los mencionados anteriormente, se ha podido comprobar también la enorme importancia que juega ese sentimiento amoroso transmitido durante los primeros años de vida por medio del contacto físico, tanto de la madre como portadora y receptora inicial de la criatura, al igual que del padre, como una figura alterna, pero no menos importante y también imprescindible, o de aquellos otros individuos que funcionan como padres y madres sustitutos en diferentes casos y situaciones. La capacidad que posean cada mujer y cada hombre para transmitir ese amor mediante el contacto físico con sus hijos desde el momento en que nacen, dependerá en gran forma y a su vez del amor que ellos mismos hayan recibido de sus propios padres en su familia y en su hogar de origen, como parte de ese ciclo que se prolonga interminablemente de generación en generación, en el cual todos giramos al unísono como seres humanos, sin importar la raza, la cultura, la religión, la ubicación geográfica, el nivel socioeconómico o el nivel educativo al que pertenecemos.
Es así como se construyen nuestros primeros vínculos afectivos en la vida, en esas relaciones primarias con la madre y con el padre, en ese preciso momento en que una mujer y un hombre deciden unirse para tener hijos, y al hacerlo, estimulan, exploran e intentan desarrollar el potencial que todos poseemos para la maternidad y para la paternidad. Creo definitivamente que ese potencial biológico existe en todos nosotros, y sin embargo, en la práctica y en la vida real, encontramos muchas mujeres y hombres que se encuentran bloqueados o paralizados emocionalmente, y que por lo tanto presentan serias dificultades para echar a andar dicho potencial y para funcionar en forma adecuada en tales roles. Este tipo de limitaciones o incapacidades se van a traducir naturalmente en el estilo y las características del vínculo afectivo que van a establecer con sus bebés en esos primeros años de vida, de acuerdo al amor y al contacto físico que ellos mismos hayan recibido durante su propia infancia y desarrollo. Hay que tomar en cuenta que los seres humanos somos capaces de dar cuando hemos recibido, pero se torna muy difícil hacerlo cuando no se tiene (Continuará)