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NUESTRA SALUD MENTAL

EL ESTRÉS QUE VIVIMOS

Por: Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C. (PSILAC) CAPÍTULO ESTATAL COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA TRIGÉSIMA CUARTA PARTE)

¿Hacia dónde nos llevan ese tipo de cuestionamientos como los formulados la semana pasada en esta columna? ¿Será posible que nos ayuden a comprender mejor lo que significan la identidad masculina y femenina proyectadas en las imágenes de lo que es ser hombre o ser mujer en nuestra sociedad, las posiciones que ocupamos unos y otros, los roles que jugamos y las funciones que desempeñamos sean por decisión propia, por imposición, por "sorteo", por las presiones del núcleo familiar de origen, por las directrices culturales, o por una mezcla de todas estas opciones? En ese sentido, uno se preguntaría entonces, qué niveles de tensión se producen en los diferentes estilos de pareja, hasta llegar a un grado de estrés tan intenso en muchas de estas parejas, que se convierta a su vez en una importante e interminable lucha de poder entre los géneros, que en tantas de las ocasiones precede el rompimiento cada vez más frecuente en nuestra época de tales relaciones. Conforme se intensifican la tensión y el estrés en la pareja, aumenta la distancia física y emocional entre ellos, con la paulatina separación y aislamiento de ambos, a pesar de seguir compartiendo el mismo espacio; un espacio que naturalmente se encuentra saturado por la irradiación de dichos niveles de tensión, que obviamente alcanzarán a todos los demás miembros de la familia en forma diferente. Finalmente, tarde o temprano, llega la decisión de separarse, como resultado de esa dificultad para saber resolver y negociar sus conflictos e integrarse como pareja, con el consecuente rechazo entre ambos. Por lo general, a raíz de esta separación, es la mujer quien en la mayoría de los casos se hace cargo de los hijos, cuando los hay, e inclusive asume su rol y funciones como madre para encargarse de ellos, especialmente en aquellos casos en los que el hombre desaparece y renuncia por completo a sus funciones como padre. Muchas de estas mujeres no sólo se dedican al cuidado, protección y educación de sus hijos con todo el instinto maternal que poseen, sino que en tantas ocasiones con el apoyo de su familia de origen, intentan a la vez idílicamente asumir un rol masculino, para complementar esa ausencia del padre. Ello se da con frecuencia en un buen número de familias, en las que predominan las mujeres, con una casi ausencia total de la figura masculina, lo que obviamente traerá una serie de consecuencias en lo que respecta a la formación de la identidad tanto masculina como femenina de los hijos, así como a la distribución de roles y funciones para ambos géneros. Sin embargo, en otras familias, la presencia de hombres en forma de abuelos, tíos u otros familiares cercanos tiende a equilibrar un tanto el vacío de un padre, y ayuda naturalmente a encontrar un equilibrio. Por otro lado, es importante mencionar también, que existen aquellas parejas divorciadas, en las que a pesar de la separación y la distancia, el hombre se mantiene presente y se esfuerza por asumir su rol y funciones como padre de la mejor manera posible, especialmente cuando la pareja ha negociado la separación o el divorcio bajo características más armónicas.

Nuestras herencia cultural nos ha dotado de esa idea errónea, sobre el hecho de que las funciones del padre en la familia, se limitan exclusivamente a la de ser un proveedor económico por un lado, y por el otro, a funcionar como una especie de juez y verdugo disciplinario para con los hijos. Sin embargo, desde el punto de vista psicológico, se han descubierto otras funciones, que son tan importantes como las maternas, pero que generalmente se desconocen y por ende, pasan desapercibidas. Idealmente, la presencia del padre es también importante para llevar a cabo las funciones de cuidar, proteger, guiar, educar, dar afecto y estimular el desarrollo de sus hijos e hijas a través del vínculo que forma con ellos, en un estilo diferente, que contrasta y complementa el de la madre, para proporcionar así un equilibrio en la dinámica de la familia. A su vez, ese vínculo que desarrolla con los hijos y con las hijas, facilita el que a la larga, éstos logren su autonomía al separarse de la madre, que por lo general, suele ser una relación de mayor intensidad y dependencia. Se trata ésta, de una función psicológica sumamente importante, que es vital para el proceso de maduración e individuación, pero que desgraciadamente todavía no se le da el reconocimiento adecuado en nuestra cultura. El padre además, representa un modelo masculino que igualmente es necesario para los hijos varones como para las hijas; un modelo que estimula y facilita el desarrollo de los rasgos masculinos en ellos gracias al fenómeno de la identificación, pero que a la vez, estimula asimismo la formación de los rasgos femeninos en ellas, al ser el primer hombre con quien desarrollan un vínculo importante. Posiblemente, el reconocer lo vital de estas funciones desde la perspectiva psicológica, nos ayude a comprender lo que representa la deserción o la ausencia del padre en las familias, y la forma en que puede repercutir tanto en los hijos como en las hijas durante las diferentes etapas de su crecimiento y maduración (Continuará).

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