ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C. (PSILAC)
CAPÍTULO ESTATAL COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA
(CUADRAGÉSIMA PRIMERA PARTE)
EL ESTRÉS QUE VIVIMOS
"Colorful" o lleno de colorido, es uno de los tantos adjetivos con los que se califica a México en el extranjero, especialmente entre nuestros vecinos de habla inglesa; un país de ensueño, pintoresco, hospitalario, amable, artesanal y creativo, de hermosos paisajes e ilimitados recursos naturales y de todo tipo; simpático e ingenioso, que mantiene en la superficie ese irónico y desenfadado sentido del humor transmitido a su vez en los corridos, las anécdotas y los albures; un país en pleno contraste con la intensidad de sus pasiones, latentes y encubiertas, pero que alcanzan a desbordarse a través de la magia de intrincados ritos y ceremonias religiosas o en el estruendo, el desenfreno y la exaltación de los partidos deportivos, sazonados con cerveza. Una nación que igualmente se caracteriza por los abismales contrastes de una estructura social desequilibrada y desafortunada entre la desigual distribución del poder y la riqueza, donde la corrupción, la manipulación y la desinformación se utilizan como mecanismos culturales para tratar de mantener un equilibrio delicado, que a pesar de todo, se ha salido de las manos en los últimos años. México es sin lugar a dudas un país maravilloso y folclórico, que lo mismo se puede saborear con tequila, sal y limón en la frescura de sus terrazas, o simplemente con el borde amargo y salado de una margarita, acompañada de mariachis.
Naturalmente que nadie dudaría que en nuestra época, este idílico paraíso terrenal sirva de origen y de marco para el desarrollo de un romance muy sui generis, que se presenta en un modelo de pareja sumamente especial, que no se había comentado anteriormente; un modelo de pareja verdaderamente tórrido, posesivo, incondicional, novelesco y caracterizado por pasiones tormentosas y desenfrenadas, casi sin límites. Se trata de una relación que florece con gran frecuencia, entre la intimidad de cierto tipo de hombre con un puesto público, o asimismo, de cierto tipo de mujer enamorada también de otro puesto público, dentro de los autóctonos y permisivos lineamientos de nuestra democracia mexicana. Definitivamente, y como todos sabemos, se trata de un modelo de pareja sumamente popular y de gran atractivo, admirado e idealizado como un modelo que invita a la imitación e identificación; un modelo altamente folclórico, de rasgos específicos y coloridos, que le proporcionan ese cierto sabor nacional muy peculiar, que le distingue de otras parejas y le hace resaltar no sólo en nuestro país, sino posiblemente también en las otras naciones a lo largo del continente americano, hermanadas tal vez con uno más de esos múltiples rasgos y genes heredados de nuestra colonización bajo un virreinato que no hemos terminado de superar. Por supuesto que un modelo semejante estimula una intensa y simbiótica dependencia, entre el sujeto y esa su pareja ideal, muda, inmóvil e inerme, propensa a satisfacer generosamente todas sus demandas y deseos provenientes de lejanas necesidades y carencias económicas y emocionales que cada uno de estos hombres o mujeres han arrastrado desde su más tierna infancia, de acuerdo a los ambientes donde nacieron y se desarrollaron. Por lo mismo, es lógico suponer que estos hombres y mujeres tiendan a luchan rabiosamente por su pareja, sin importar el precio, los medios o el tipo de recursos que tengan a la mano y utilicen para obtener tal conquista; una pareja deseada con tal frenesí, que no la soltarán una vez alcanzada, e inclusive intentarán aferrarse a ella a toda costa y para siempre, como si se tratara de un seno materno pródigo y exuberante, que inclusive permanezca eternamente presente y productivo, sin agotarse jamás. Es así entonces como los demás humanos, nos convertimos en mudos testigos y observadores del público proceso de cortejo y de noviazgo, tan colorido y vistoso, que al igual que en la magia de los cuentos de hadas, dichos eventos aparecen casi como si fueran auténticos, con ese estilo principesco que los adorna y los torna sumamente fascinantes, atractivos, seductores, cautivadores y hasta hipnotizantes. Un trance semejante sólo puede lograrse gracias a la presencia incitadora de esas bocas enormes con sonrisas que casi logran convencer de su sinceridad resplandeciente, asociadas a miradas absorbentes y hechiceras que demandan la atención incondicional, acompañados asimismo de ciertos ademanes vigorosos y persuasivos que hasta llegan a parecer auténticos, condimentados siempre con el verbo fácil, de conjugaciones que no lo son tanto pero que acaso resultan "menos piores" gracias a los interminables, exuberantes y olorosos ramos de promesas de amor que al mecerse, adornan e impregnan la candidez de las multitudes, para perfumar intensamente el ambiente con un aroma que perdura hasta que la credulidad se evapora. Definitivamente, es éste un modelo de hombre, de mujer y de pareja muy autóctono, que es nuestro y nos pertenece, porque se trata de un modelo esencial en el cuadriculado de nuestro escenario nacional y del estrés que nos transmite (Continuará).