EL ESTRÉS QUE VIVIMOS
Estos modelos de hombres, mujeres, parejas y familias presentados en esta columna la semana pasada, se caracterizan por poseer rasgos delictivos y antisociales bastante específicos y sobresalientes, que en nuestros días llegan a ser aclamados a niveles extraordinarios y fuera de lo común, como producto, por un lado, de la publicidad gratuita y amarillista que reciben de los medios de comunicación, pero por otro lado, como consecuencia de los altos niveles de miedo, estrés y ansiedad que provocan en una población que se siente cada vez más vulnerable, temerosa, insegura, intimidada, impotente y desprotegida. Tales modelos a su vez parecen formar parte de cierto estilo de sistemas sociales y familiares tradicionales, sumamente estructurados y cohesivos que tienden a expandirse en todas direcciones, y buscan sumergirse e infiltrarse además en los núcleos esenciales de nuestra población, dentro mismo de los sistemas administrativos públicos y privados, o de los sistemas judiciales y políticos, lo cual les otorga controles, poder e impunidad en forma ilimitada. La ostentación pública de esa fuerza y ese vigor a través de una serie de atentados, eventos, extorsiones, secuestros, delitos y crímenes en general, que suelen caracterizarse por un exceso de violencia y terrorismo, trae consigo obviamente el importante daño físico, personal y material en diferentes niveles de la población afectada, asociado además a cierto tipo de repercusiones psicológicas, económicas y socioculturales sobre las cuales es importante reflexionar. Aunque en general, para el mayor porcentaje de la población, tales eventos son condenados y rechazados al producir muy elevados niveles de estrés y de ansiedad, con intensos sentimientos de miedo, zozobra, angustia, incertidumbre, enojo, inseguridad, frustración e impotencia proyectados en actitudes y conductas cada vez más recelosas y defensivas, curiosamente, para otro segmento de la población, tales rasgos y eventos delictivos suelen ser sumamente atractivos, seductores y fascinantes, casi hipnóticos, dignos de ser admirados e imitados, al identificarse con ese tipo de hombres, mujeres, parejas y familias como modelos muy públicos y presentes en el escaparate social. Generalmente, se trata de individuos que poseen núcleos y raíces delictivas y antisociales en la profundidad de su yo, de su estructura de personalidad en formación o ya formada, en parte producto de un origen genético, combinado por otro lado con las consecuencias de la influencia sociocultural de un ambiente y de un sistema tan mexicanamente antisocial, corrupto y delincuente como también tiende a ser en la profundidad de sus raíces el de nuestro país. Estos individuos, lo mismo pueden ser niños, adolescentes o adultos jóvenes o no tan jóvenes, que en un buen porcentaje han sido amamantados desde su más tierna infancia en ambientes de abuso, descuido, abandono, agresividad y violencia, pero que a la vez, contradictoriamente y en muchos otros casos, son resultado de ambientes que se caracterizan por excesos y por sobreprotección, que quizás en el fondo sea también una forma de descuido, como si se tratara del otro lado de la misma moneda. Inclusive, quizás muchos de estos chicos han sido inconsciente y silenciosamente entrenados desde pequeños en el camino de las armas, las guerras, los delitos y la violencia a través de diferentes tipos de caricaturas, comerciales, filmes, series, programas televisivos y estilos de música característicos, o inclusive gracias a toda una variedad de videojuegos cada vez más sofisticados, realistas y sangrientos que forman parte de esa deslumbrante colección de juguetes populares y de alta tecnología entre tantos sujetos de todas las edades. Es interesante entonces, cuestionarnos, hasta qué punto nosotros mismos como sociedad, estamos conscientes de ser los creadores de tan extensa variedad de modelos de hombres, mujeres, parejas y familias, así como del ambiente que habitamos y en el que nos estamos desarrollando tratando de sobrevivir (Continuará).
Por: Dr. Víctor Albores García