EL ESTRÉS QUE VIVIMOS
Es verdad que nuestra existencia como seres humanos suele transcurrir entre amplios y variables niveles de incertidumbre, los cuales aprendemos a enfrentar y a manejar como un fenómeno cotidiano natural y obligado, producto de ese nuestro rutinario caminar en un universo en el que la muerte es la única seguridad que se nos ofrece. Sin embargo, me parece importante percatarnos de que esta sensación actual de inseguridad e incertidumbre que vivimos, no es provocada exclusivamente por las tan mencionadas experiencias ilegales de violencia y criminalidad que nos acechan, sino que existen asimismo dentro de lo que consideramos el marco de la legalidad, otros factores no menos importantes que igualmente la generan, y se relacionan obviamente con esa contaminación constante que nos intoxica y nos contagia desde mucho tiempo atrás. A pesar de la rapidez del ritmo actual de la vida, quizás nos hemos acostumbrado como sociedad a vivir y funcionar en esa especie de inercia y atemporalidad, en la que el concepto del tiempo es una mera formalidad del lenguaje, una palabreja más que existe en los diccionarios y en nuestro vocabulario, pero que para muchos carece de sentido, especialmente ante la creencia de que todo sucederá espontáneamente y sin esfuerzo, a la buena de Dios; y que paralelamente, todo se dará por sí mismo "en el mañana", ese mañana que se extiende elástica e interminablemente hacia el futuro, sin límites ni fronteras, disfrazado con esa aparente careta de esperanza, pero que en el fondo, no promete verdaderamente ninguna seguridad, ni tampoco garantiza certeza alguna. Así lo vivimos en la mayoría de esos prolongados, tediosos, ineficaces y a veces hasta inútiles trámites y papeleos que por diferentes razones debemos llevar a cabo en nuestro país, sobre todo en las instituciones públicas de cualquier género, pero que lo mismo se da en un alto porcentaje de las instituciones privadas, en las que un "segundito" o "un minutito" expresados cariñosamente o en forma prepotente y altanera, se llegan a prolongar en infructuosas esperas de largas horas, días, semanas, meses o hasta años, como producto de la desidia, la ineficacia y la desorganización que suele imperar en estas organizaciones. ¿Bajo que adjetivo podríamos catalogar a estos procesos de colas tan largas? ¿Será posible malpensar que esta falta de eficiencia y de respeto hacia los demás, que provoca sentimientos tan variados de impaciencia, enojo, frustración e impotencia, sean manifestaciones latentes y discretas, conscientes o inconscientes de eso que llamamos "bullying", un fenómeno tan antiguo como la humanidad misma, pero que por lo visto, apenas lo estamos "descubriendo" y etiquetando como una moda en nuestros días bajo la influencia de la publicidad americana? ¿Se trata acaso de un cierto estilo diluido de agresividad y de violencia enfundadas y disfrazadas bajo un sello de legalidad, en el que la falta de respeto y de interés por el tiempo y el esfuerzo de los demás representa igualmente la presencia activa de esos núcleos delictivos mencionados recientemente, los cuales heredamos y portamos como una marca nacional, que al parecer otorgan el poder de abusar, humillar, discriminar y atropellar los derechos de esos otros más vulnerables e indefensos, hasta inclusive llegar al grado de explotarlos y aprovecharse precisamente de una posición que consideramos como sumisa e inferior?
La violencia se puede manifestar de muy diversos estilos y colores, abiertamente o con tintes más discretos y "civilizados" o legalizados, pero igualmente sigue siendo violencia y produce los mismos efectos de ansiedad e incertidumbre en la mayoría de la población expuesta a tales altibajos de formalidad, y sigue formando parte de esa contaminación que estimula buena parte del estrés en que vivimos (Continuará).
