EL ESTRÉS QUE VIVIMOS
¿Hasta qué punto están conscientes nuestros líderes y los individuos que ocupan los puestos públicos o privados importantes, tanto dentro de las áreas que consideramos legales, como de las ilegales, del estilo de modelos que proyectan en nuestra sociedad, y de la influencia y los efectos negativos que despiertan a todos los niveles de la población, lo mismo en niños, adolescentes o adultos, como parte de esa contaminación tóxica que nos invade cotidianamente? ¿Y si acaso estuvieran conscientes, les importará realmente, o vivirán encerrados en el mareo de esa burbuja artificial o en ese espejismo temporal que conllevan los puestos de poder y de dinero, puestos a los que una gran mayoría de ellos no están acostumbrados o ni siquiera entrenados para manejar, y por ende, tienden a dilapidarlos sin producir beneficios comunitarios, sino más bien en pos del beneficio personal, el de sus familiares o el del sólito cortejo que los acompaña? Se puede entender de esta manera en el caso de aquellos líderes pertenecientes al amplio conglomerado del área que consideramos ilegal, etiquetados como grupos criminales y delictivos organizados, cuyos objetivos naturalmente, no tienen nada que ver con el beneficio social, ni con las acciones para el desarrollo del país o de nuestras comunidades, sino todo lo contrario. ¿Pero cómo lo podemos entender en el caso de tantos de los líderes que pertenecen a la supuestamente facción legal encargada de la administración pública en los diferentes niveles y áreas de nuestra sociedad a lo largo del país; sujetos que supuestamente también fueron elegidos y votados por la supuesta confianza que se depositó en ellos, por sus igualmente supuestas cualidades y capacidad de liderazgo, honestidad, apertura, inteligencia, experiencia, formalidad, rectitud y muchas cosas más, especialmente cuando se desvanece el espejismo y aparece una realidad incongruente? ¿Cuál viene a ser entonces la delicada línea que los diferencia a unos y a otros, si es que existe tal línea, o en qué momento desaparece y se convierte en un todo amalgamado sin bordes ni límites que le den forma o sentido? Y tendríamos que seguir entonces con una serie de cuestionamientos sobre el porcentaje en que se mezclan las acciones y los efectos tóxicos de cada uno de estos modelos de líderes ilegales o legalizados para producir niveles tan altos de contaminación a lo largo del país en la población general; niveles que producen efectos estresantes cada vez más devastadores y peligrosos lo mismo sobre nuestra salud física que sobre nuestra salud mental, sin que alcancemos a predecir o a reconocer a ciencia cierta nuestra capacidad de elasticidad y tolerancia antes de llegar al punto de rompimiento.
No cabe duda que los mexicanos somos malabaristas, hemos aprendido a caminar sobre la cuerda floja como los alambristas del circo, y lo hacemos hasta con los ojos vendados, la boca cerrada y los oídos cubiertos; ciegos, sordos y mudos, temblorosos y angustiados, alucinando un equilibrio precario que en el fondo hace rato que ha desaparecido, pero que posiblemente como parte de nuestra ignorancia, indiferencia o buena fe, ni siquiera hayamos percibido, o quizás, hasta preferimos no saberlo. Pero la realidad, es que a pesar de nuestra ceguera, sordera y mutismo, esa contaminación tóxica nos envenena y nos afecta considerablemente, aún cuando intentemos escapar y distraernos con todo aquello que hace ruido y que tenemos a la mano. Aunque conocemos ampliamente la incertidumbre y hemos aprendido a vivirla cotidianamente en un país como México, en donde la desorganización y el caos hacen difícil definir los límites, los objetivos y las direcciones en un alto porcentaje, sus niveles se han elevado excesivamente en los últimos años y al igual que la contaminación, nos angustian, nos paralizan e intoxican en todas las esferas de nuestra existencia (Continuará).
