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Nueva era

FEDERICO REYES HEROLES

"Estamos aprendiendo el lenguaje en el cual Dios creó la vida", dijo W. Clinton. "...hemos atrapado el primer vislumbre de nuestro propio libro de instrucciones, antes sólo conocido por Dios", lanzó Collins, el gran genetista. Era 1999. Las imágenes recorrieron el mundo. La primera lectura del genoma humano se hacía pública. Pero quizá la ceremonia no dejaba ver lo que había detrás. Estábamos ante el parto de un nuevo mundo. No era sólo el anuncio de un gran descubrimiento científico -como la fantástica información que ha mandado el Hubble- era la bienvenida a una nueva era para la humanidad. La palabra, era, puede sonar fuera de dimensión, pero los datos nos dicen que no es así.

El anuncio de la secuenciación del ADN abrió la puerta a una nueva vertiente de conocimiento con impactos inimaginables en salud o alimentación por ejemplo. Pero quizá la mayor sorpresa surge de la nueva fuente de generación de riqueza que la acompaña y que está cambiando los referentes históricos del desarrollo. Así de crucial. Pongámoslo en perspectiva. ¿Cuándo y cómo surgió la riqueza en el orbe? Una de las formas más simplistas de aproximarse el fenómeno es observar la dependencia o independencia de la agricultura. En el extremo están Guinea-Bissau o Liberia con alrededor del 60 por ciento de sus ingresos provenientes de esa actividad. En el otro Singapur, Bélgica, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, Suiza, Dinamarca, Noruega o Japón con menos del 1.5 por ciento. No es que su producción agrícola sea pobre, es que viven de manufacturas, de servicios y ahora del conocimiento. El 50 por ciento del PIB de las economías de la OCDE es ya resultado de la economía del conocimiento.

¿Cómo y cuándo se enriquecieron los hoy ricos? El fantástico texto de Angus Madisson sobre la evolución de la economía mundial acabó con mitos: la mayor parte de la riqueza mundial se generó a partir de la segunda mitad del siglo XIX. El ferrocarril, la electricidad y muchos otros descubrimientos, provocaron una impresionante implosión. Con todas las diferencias del caso, el acertijo sobre el origen de la riqueza no es demasiado complejo: apostaron a la productividad, al valor agregado, a la ciencia y a la técnica, al conocimiento. Las sociedades más ricas y justas de hoy ya no viven de las manufacturas sino de servicios y del conocimiento. Por ello necesitamos educar e invertir en ciencia y tecnología con ese objetivo. Sabemos que -dentro de los servicios- las telecomunicaciones son hoy el principal motor. Pero viene la sacudida. La llamada bioeconomía -que se desprendió del ADN- pareciera ser infinitamente más productiva que las telecomunicaciones.

Los costos de la secuenciación se desplomaron, (ver Jiménez-Sánchez, G; Frenk, J. y Soberón, G., Este País, agosto 2011).El cúmulo de información lograda en poco más de una década abre infinidad de posibilidades a la generación de riqueza, a las inversiones, a los buenos negocios.

En Estados Unidos es ya una revolución. La inversión en el proyecto del Genoma Humano fue de alrededor de 3.8 billones de dólares. De 1988 a 2010, el impacto calculado de esa inversión fue de casi 800 billones. Se calcula alrededor de 3.8 millones de empleos al año o sea un empleo por 1,000 dólares. Entre salarios y otros beneficios el impacto oscila los 244 billones. La tasa de retorno promedio es de 141 por cada dólar invertido. Sólo en 2010 el área creó 51 mil empleos directos, 310 indirectos con 20 billones de ingresos para el personal y 67 de agregado para la economía. Al libro de Maddison habría que agregarle un capítulo sobre esta nueva revolución en la forma de generar riqueza.

Así, mientras Benedicto XVI advertía sobre los riesgos de la "ciencia sin límites", varios países ya aprovechaban la nueva ciencia para generar salud, riqueza, y prosperidad que buena falta le hace a los 1,500 millones de hambrientos del orbe. Por supuesto que la historia no es tan noble, son las mismas potencias científicas y los mismos laboratorios los que se han lanzado a la caza de esos conocimientos. La regulación internacional es todavía endeble, con grandes vacíos, lo cual facilita los excesos. Pero no hay vuelta atrás: la bioeconomía es una gran fuente de riqueza que estamos obligados éticamente a aprovechar.

¿Y México? Tenemos ya un Instituto cuya misión es impulsar esta ciencia. Pero aun así no hemos dimensionado nuestras potencialidades y también nuestra responsabilidad. México es el cuarto país biodiverso. Por fortuna contamos ya con Conabio encargado de cuidar esa riqueza. No podría estar en mejores manos, lo conduce José Sarukhán que es uno de los grandes orgullos de nuestro país. Pero falta mucho por hacer, entre las balaceras y las pequeñeces cotidianas de la clase política, parece que hemos olvidado que biodiversidad, genética y bioeconomía son palabras que apuntalan un México más próspero, más justo.

¿Qué proponen los aspirantes de 2012? El Club de Industriales ya se comprometió a una pasarela. Pongamos el asunto en la agenda.

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