El peleado acuerdo para elevar el techo de la deuda de Estados Unidos terminó en un desastre político y económico que de inmediato se reflejó en los mercados financieros del mundo.
El pasado martes -¿por qué las caídas suelen ocurrir en ese día?- las bolsas se desplomaron en un promedio superior al dos por ciento cuando se esperaba una reacción positiva luego del pacto en el Congreso norteamericano.
Es difícil descifrar quién o quiénes fueron los culpables de este mal arreglo que dejó insatisfecho a medio mundo y que complicará la de por sí frágil e incierta economía norteamericana.
El presidente Barack Obama es sin duda uno de los responsables y el más afectado en esta negociación desgastante en donde se acordó elevar el techo de la deuda en 400 mil millones de dólares de manera inmediata y otros 500 mil millones hasta febrero de 2012.
Simultáneamente se realizarán recortes en el gasto público por 917 mil millones de dólares a partir del primero de octubre y 1.5 billones de dólares a partir del 23 de noviembre.
Se trata de una danza de millones que así podría sintetizarse: El gobierno de George W. Bush gastó como loco con las guerras de Irak y Afganistán y su sucesor Barack Obama lejos de contener la sangría, en sólo dos años y medio disparó la deuda del gobierno de manera descomunal y ahora le urge una autorización para incrementarla todavía más.
La deuda global de Estados Unidos asciende en estos momentos a 14.3 billones de dólares cuando en 1982 apenas se debía un billón de dólares.
Durante la administración de Ronald Reagan la deuda creció 1.9 billones de dólares, George Bush padre la aumentó en 1.5 billones, Bill Clinton en 1.4 millones de millones dólares, mientras que George Bush hijo la creció en poco más de 6 billones durante sus ocho años de gobierno.
En tanto el gobierno del señor Obama, en dos años y medio, agregó 2.4 billones de dólares.
Obama se equivocó de fórmula para enfrentar la crisis económica al iniciar su gobierno en enero de 2009. En lugar de apretar el cinturón del aparato estatal, recortar los gastos suntuosos, definir una política fiscal y económica para privilegiar a los que saben producir y desalentar a los que no han hecho bien su tarea, optó por hacer todo lo contrario.
Soltó muchísimos millones de dólares a bancos y financieras que se habían estremecido con la debacle de 2008 y que a punto estuvieron de irse a la quiebra. Gracias a esos recursos muchas empresas lograron sobrevivir, pero en base a subsidios descomunales y no a su productividad.
En cambio millones de norteamericanos que sufrían las de Caín para pagar sus hipotecas, no recibieron la ayuda que pedían con urgencia y fueron embargados y expulsados de sus casas.
Varios bancos se fortalecieron gracias al regalo navideño de la Casa Blanca, pero varios más siguen atorados y afectando la estabilidad financiera nacional y mundial.
Lo mismo ocurrió con compañías como General Motors que recibieron gigantescas inyecciones de capital estatal que una buena parte terminó en los insaciables bolsillos de sus ejecutivos. De ahí el pavoroso desempleo y la debilidad de la economía yanqui.
Tampoco Obama detuvo el gasto exorbitante de las guerras de Irak y Afganistán como fue su promesa de campaña, al contrario en algún momento favoreció la expansión militar bajo el argumento de que más pronto se lograría el cese al fuego y el retorno de las tropas a casa.
Obama -lo hemos dicho en anteriores escritos-no es administrador, nunca dirigió instituciones grandes, vaya, ni siquiera tiene los conocimientos y experiencia suficientes.
Por todo ello se observa muy compleja su reelección para 2012, toda vez que la economía sigue sin tocar fondo y no se avizora una mejoría en el nivel de vida de los norteamericanos.
La historia de Jimmy Carter bien pudiera repetirse en las urnas el año entrante, aunque todavía falta que surja por el lado republicano un político con el empuje y carisma de Ronald Reagan.
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