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Oleadas de verano

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

 A Ntes, el verano llegaba con una fuerza indescriptible. Nos llenaba de ganas y de energía. Ahora, simplemente se hace presente con el canto de los pájaros y algunas gotas de lluvia que no alcanzan a alegrar este cálido desierto.

Hubo una edad en que esta estación se presentaba con una enorme energía de vivir. Desde la primavera, salíamos muy temprano a jugar en El Bosque y semanas después llegaban los días de ir a la alberca.

La Esparza, primero y después San Isidro, hacían las delicias de miles de niños y jóvenes que nos reuníamos desde temprano y no salíamos del agua hasta que se nos arrugaba la piel.

Mi primo Enrique era experto en armar lanchas con cámaras en las que "navegábamos" por las aguas turbulentas de la alberca y soñábamos en que éramos piratas y sosteníamos encarnizadas batallas en las que caían aquellos cuya balsa era volteada.

Pero el tiempo pasa y nos va cambiando. Ya no hay lanchas que crecen los océanos y luchas entre piratas. Sólo el tiempo y las rutinas.

Me refugio entonces en la lectura, pero a veces lo hago en textos tristes. Y no por que quiera hacerlo, sino porque es el que tengo a la mano.

En estos días he leído con detenimiento la literatura epistolar de grandes autores, pero de pronto me encuentro con algunas cartas cargadas de tristeza y me es imposible no sumergirme en ese sentimiento.

Leo las cartas de Óscar Wilde escritas en su destierro en Francia: son páginas cargadas de nostalgia, soledad y dolor.

Triste fin para un hombre tan talentoso como lo fue él. Olvidado por todos y odiado hasta por su propia familia. Sólo la campiña francesa alegraba su alma y el amor que le tenía a su entrañable amigo Robbie.

Luego, como para distraerme un poco, leo las cartas de Sir George Bernard Shaw. Más ligero más prosaico y siempre cargadas de humor, pero en algunos aspectos tristes también.

La correspondencia epistolar es fascinante, porque sus autores jamás se imaginaron que esos textos se harían públicos y por tanto tienen el valor de la total sinceridad y revelan aspectos íntimos que nos permiten conocer aún más el ser y la forma de ser de las personas.

En el verano uno debe renacer como las plantas y las flores; gozar del calor, cuando éste es moderado y buscar formas de distracción que nos alimenten el alma.

Ir, como dijera Borges, tan lejos como nos sea posible; contemplar el cielo y las estrellas; y si tenemos la oportunidad, también el mar. Ese mar que cautiva y nos atrae, como mujer hermosa.

Jugar y disfrutar otra vez, como cuando éramos niños. Platicar con los amigos en torno de una mesa bien avituallada, porque nunca deben faltar en nuestras vidas buenos amigos que nos hagan alegre y ligero el camino de la vida.

Debo cambiar de actitud para ver las cosas con otros ojos. Volveré a la lectura de las "Notas de Prensa" de García Márquez: ligeras, divertidas e ilustrativas.

Porque el Gabo, como se lo dijo un día uno de sus editores, no es un escritor del realismo mágico, sino un simple notario que da fe de lo que pasa a su alrededor.

Él cuenta lo que ve y lo que vive. No inventa, no imagina. Sus mejores novelas son estampas familiares o vivencias propias aderezadas al estilo que él sólo puede hacer.

Y lo mejor de todo, por esas razones, son sus artículos periodísticos publicados entre el 61 y el 84. Un libro grueso, pero que se puede leer cómodamente porque cada artículo es una historia sin secuencia definida.

Es un libro que además, lo guardo con cariño, pues me lo regaló una buena amiga, Teté Sánchez, hija de mi hermano Armando Sánchez Quintanilla, quien por cierto acaba de cumplir un año de haberse ido, dejando un gran vacío entre el grupo de amistades que nos frecuentábamos en Saltillo.

Vamos quedando muy pocos. Nuestra mesa es cada día más reducida, pero igual de interesante.

Vuela el tiempo y la imaginación se achica. Son pocas las cosas que nos hacen vibrar y muchas las penas que añadimos a nuestro costal. El verano ya no llega como antes ni la sangre fluye a igual velocidad. La seriedad nos envuelve y nos torna tediosos.

Duras son las etapas que no representan mayores alegrías. Mayores los momentos de soledad y los veranos cansados y cargados de nostalgias.

Todo es otoño en pleno verano, porque aunque todo renazca afuera, adentro se siguen cayendo las hojas de la vida.

Hay que encontrar un escape a tal estado de cosas. Tiene que haber algo más que este hastío permanente.

Pero entre que lo encuentro: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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