Cada día menos mexicanos y sudamericanos cruzan a Estados Unidos de manera ilegal, situación que dejó de ser noticia hace tiempo.
Lo que sí es noticia y ha sido destacada en los medios norteamericanos es la caída, a niveles de cuatro décadas atrás, del número de inmigrantes arrestados en la franja fronteriza.
En el año fiscal de octubre del 2010 a septiembre de 2011, Estados Unidos detuvo a 340,252 indocumentados en la frontera con México, 24 por ciento menos que el año anterior y una cantidad similar a la registrada en 1972 cuando capturaron a 321,326 personas.
Para darse idea de esta dramática caída, cabe recordar que el año 2000 fue el más elevado con 1.6 millones de arrestos. La tendencia a la baja inició tras 2006 cuando se registró un millón de detenciones y desde entonces la caída ha sido constante hasta llegar a los 340 mil de 2011.
Los expertos citan las siguientes causas: el aumento en la vigilancia fronteriza, el desempleo en Estados Unidos, las leyes antiinmigrantes de Arizona, Alabama y Georgia, la campaña de deportaciones del gobierno de Obama y la mejoría económica de México.
Según el diario The Wall Street Journal, el desplome se relaciona con la reducción en el índice de nacimientos en México y con la fiscalización de empresas que contratan indocumentados.
Las voces optimistas cercanas al gobierno federal sostienen que finalmente se cuenta con una frontera segura gracias a la vigilancia de 21,500 agentes fronterizos, a 1,200 elementos de la Guardia Nacional y a las mejoras implementadas en materia de bardas y alta tecnología.
Este panorama, junto al récord de 397,000 deportados el último año por la administración Obama, supondría que Estados Unidos está listo para una reforma migratoria que legalizaría a los 10 u 11 millones de indocumentados que viven hostigados y atemorizados.
Pero los conservadores antiinmigrantes no están muy convencidos, vaya, ni siquiera en la veracidad de los datos de arrestos difundidos esta semana por la Patrulla Fronteriza.
Demetrios Papademetriou, presidente del Instituto de Política Migratoria en Washington, dijo que "no sabremos qué tan fuertes son los controles en la frontera hasta que se recupere la economía de Estados Unidos".
Lo cierto es que el único aspirante presidencial del partido Republicano que propone cambios a la ley migratoria es Newt Gingrich, quien acepta legalizar a indocumentados con más de veinte años de residir en Estados Unidos. Pero el resto se opone casi de manera visceral.
El presidente Barack Obama se ha pronunciado en repetidas ocasiones a favor de una reforma migratoria, pero no ha usado sus facultades ni su voluntad para llevarla a cabo y menos ahora cuando no necesita arriesgar su capital político para obtener la reelección.
En medio de esta lluvia de números y opiniones, los políticos norteamericanos ven a la inmigración desde un punto de vista racista y nocivo. Piensan que a más indocumentados mayor es el desempleo y mayor el número de delitos del fuero común.
Desdeñan una visión positiva y los beneficios sociales y económicos que una reforma migratoria traería a Norteamérica como ocurrió en la década de los años 80 con la ley Simpson-Rodino.
En ese entonces el presidente ultraconservador Ronald Reagan, pero extremadamente práctico, tuvo la audacia de empujar una ley migratoria que regularizó a 3 millones de personas que de la noche a la mañana se convirtieron en ciudadanos útiles, trabajadores y además causantes fiscales. Reagan fue gobernador de California y sabía del valor de la mano de obra mexicana en el campo, el turismo e incluso en el mundo del espectáculo.
La inmigración es una realidad social, económica e histórica que no puede sofocarse como si fuera una plaga. Hoy vemos el flujo de árabes y africanos a Europa; en el pasado los europeos colonizaron el nuevo continente; los asiáticos siguen emigrando a las costas de América; los latinoamericanos arriban a Estados Unidos en busca de trabajo y aportan su idioma, su música, su acervo cultural, su gastronomía y hasta su destreza en los deportes como el beisbol.
De no ser por la población latina, Estados Unidos estaría en un proceso de envejecimiento como ocurre con los países europeos en donde el derrumbe económico es más una crisis de valores humanos y morales que meramente financieros.
Lamentablemente 2012 no augura nada bueno para la población migrante y todo cambio dependerá del próximo huésped de la Casa Blanca y de la conformación del futuro Congreso, por cierto calificado actualmente como el peor en la historia norteamericana.
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