Se me acusa, que padezco de un "exceso" de estimación propia, pero no es cierto, pues lo que sucede, es que mis cualidades son excepcionalmente relevantes, dijo el Orgullo. Y también se me calumnia al decirse que mis sentimientos de satisfacción nacen porque considero que mis cualidades son superiores a las de los otros. Y es calumnia, porque no es que yo lo considere, sino que realmente, soy superior.
El Observador aclaró que es cierto que existen obras de las que debemos sentirnos orgullosos, sólo que en esta ocasión, quería hacer referencia al Orgullo en el sentido reprobatorio, es decir, como el sentimiento y actitud que lo hace creer superior a los demás, mostrándoles su desprecio y alejándose de ellos, por no gustarle convivir con inferiores, como él lo supone.
Pienso - le dijo el Observador al Orgullo -, que tu comportamiento es de altivez, arrogancia, altanería y soberbia; eres alzado, estirado, insolente, impertinente, y te hinchas como un sapo. Y es que no te has dado cuenta que tu soberbia nada tiene que ver con la grandeza, sino con la hinchazón, y por eso te comparé con un sapo hinchado, y recuerda que el sapo está hinchado no porque sea grande, sino porque está enfermo. ¡Mira!: eres como un ratón hinchado, y como bien lo sabes, los ratones están hinchados no porque comieron mucho, sino por estar muertos y putrefactos.
¡Te equivocas!, tronó el Orgullo; de hecho, me gusta tener amigos. Mientes, acotó el Observador, pues todos los vicios le dan cabida a la concordia, excepto en el vicio del orgullo. Lo que sucede, es que cuando tienes poder o buena fortuna, se te acercan aduladores que saben cómo explotar la enorme debilidad de tu soberbia. Y entre más éxitos tienes, mayor es tu avaricia y altivez, y en cuanto más subes, te pareces al mono, que entre más alto trepa, más se le ve la cola.
¡Y no sé si habrás advertido - continúo hablando el Observador - , que todo orgulloso y soberbio te irrita intensamente! ¿Y sabes por qué? Es muy sencillo: todo orgulloso hace de tu espejo, donde muestra todos los horrorosos rasgos que tú tanto desprecias, y que al verlos en los demás orgullosos, estás mirando tu mismísimo retrato. ¡Eres tan intratable, que nadie encuentra tu lado! Si otro orgulloso como tú, se te enfrenta, te vuelves absolutamente intolerante, pues nada desprecias más que el orgullo ajeno. Y si un humilde se te acerca, lo desprecias, abusas de él y lo atacas.
¿Entonces, según tú, no tengo remedio? Ya lo veremos después, pero antes debes de darte cuenta que todos te consideran un descontentadizo crónico, porque siempre esperas más de los demás, aunque en realidad, si te preguntan qué esperas de más, no sabrías decirlo. No atinas a comprender que tu altivez y soberbia van a ser siempre tu mayor castigo.
Difícilmente puedes tener remedio, pues te empecinas en creer que eres grandioso, perfecto, mientras que los demás son poca cosa comparados contigo. Este sentimiento de grandiosidad no te deja ver tu real tamaño. Y además, es triste tu situación, pues mientras censuras defectos de otros que tú también padeces, se da el inconveniente, de que jamás puedes reconocer en ti nobles y relevantes cualidades que en realidad posees. Debes saber, que todo orgulloso está impedido de reconocer sus cualidades. Yo no lo sé, ni creo que nadie lo sepa, por qué sucede esto; lo que sí, es que la falsa y hueca grandiosidad del orgulloso no le permite creer que haya algo sólido y valioso en el alma y el carácter de alguien.
El Orgullo no daba crédito a las severas críticas del Observador, y en un instante de lucidez, le preguntó al Observador: si crees conocerme tan bien, dime, pues, ¿cuál es la causa fundamental de mi arrogancia y soberbia?
Si lo supiera te lo diría; mi inteligencia no me alcanza para tanto, pero creo que al menos podría darte un poco de luz. En mi modesta opinión, de acuerdo a la experiencia de mi vida, he observado que todo orgulloso fue humillado o se sintió humillado por uno o dos de sus padres. La humillación les quebró un ala de su alma, y se sintieron rebajados y aplastados.
A este sentimiento de humillación - continúo hablando el Observador, le siguió un insoportable y lacerante sentimiento de inferioridad. Una vez, habiéndose sentido inferior, se propuso de manera inconsciente, llegar a ser superior, a fin de aliviar la desolación y tortura de haberse sentido humillado. Y la manera de comprobar que ya había superado su doloroso sentimiento de inferioridad, y que ya también había superado su humillación, era humillando y despreciando a otros, exactamente como él fue humillado y despreciado en su infancia.
Por eso, - le dijo el Observador - , tú te has convertido en un permanente "vengador": desprecias, humillas, rebajas, creyendo que con tus venganzas podrás soldar tu ala rota, y recibir el cariño que tanto anhelas.
Podemos concluir de la siguiente manera: que una manera de curar el alma desgarrada del orgulloso, consiste en que éste se dé plenamente cuenta, de que fue humillado y despreciado, y a partir de ahí, proponerse como un objetivo esencial en su vida, lo siguiente: esforzarse en reconocer las cualidades de los demás, saber, que la concordia que siembre, le dará la felicidad que nunca pensó que existiera. Y cuando el orgulloso empiece a vivir de esta manera, se desvelará ante sus ojos, un enorme milagro: empezará a reconocer sus verdaderas cualidades, que siempre ha tenido, pero que siempre también, han sido invisibles a sus ojos; y el milagro de darse cuenta, de que su curación depende totalmente de entablar relaciones cordiales con los demás.