¡Todos nos hemos preguntado muchas veces: ¿porqué razón, si el espíritu constituye la esencia de los seres humanos, le damos mucha más importancia a nuestros deseos de propiedad y de riquezas que al desarrollo de nuestro espíritu?! Esta esunade las preguntas más importantes que podemos plantearnos en la viday, es, por desgracia, una preguntac on respuestas que no nos satisfacen.
La respuesta correcta la encontramos en la evolución del ser humano.Tomemos solamente la evolución del Homo Sapiens (personas idénticas a como somos hoy en día) en los últimos 100 mil años. Pero forzosamente tenemos que decir que el principio de la respuesta se origina en nuestros ancestros comunes a las 193 especies de monos y primates que hoy en día existen, perteneciendo los seres humanos a una de estas 193 especies. Se ha hablado (de manera muy superficial) que los dos instintos más poderosos del ser humano son: el instinto de conservación, y el instinto de reproducción. La confusión se da en el “instinto de conservación”, pues no se nos explica en qué consiste. Todos sabemos, que ese instinto abarca el deseo de alimentarse, el guarecerse contra las inclemencias del tiempo, el huir ante el peligro de fieras salvajes, el no luchar con personas más fuertes que nosotros, etc.
Pero aun así, la respuesta no es clara. Esencialmente, el “instinto de conservación” nace de un profundo miedo a morir de hambre. Este miedo quedó impreso en nuestro código genético en virtud que los seres humanos presenciaban que compañeros de sus tribus y de otras tribus, morían de hambre en los tiempos de escasez de la caza de animales. Y más tarde, cuando se dedicaban a la agricultura, veían también cómo morían de hambre tantas personas, por la falta de alimento.
El profundo miedo a morir de hambre da nacimiento al “instinto de conservación”.Aun hoy en día, cada año mueren de hambre millones de personas, hambrunas existentes en el Sub sahara africano, la India, Pakistán, en países con guerras civiles como Sudán en África, y en naciones pobres como Haití. El miedo a morir de hambre es el primer miedo consciente de todo ser humano.Como respuesta a este miedo primordial y primigenio, los seres humanos buscan lo que les daría seguridad ante este terror.La seguridad como contrapeso al miedo de morir de hambre, la encuentran en la “propiedad”, pasando la seguridad y el deseo de propiedades a formar parte del “instinto de conservación”, como instinto fundamental de la especie humana.
¿Cuál era el tipo de propiedad que deseaban? Primero que todo, a poseer el alimento necesario para sus familias, un espacio físico (aun cuando fuera temporal, pues recordemos que el nomadismo era la regla) donde pudieran vivir, armas para la caza, herramientas para la labranza y la recolección de frutos, y navajas y cuchillos de pedernal a fin de poder desprender la piel de los animales y poder cortar la carne y articulaciones del amanera más adecuada.
Si los seres humanos a lo largo de su evolución de cientos de miles de años encontraron que solamente la propiedad personal les otorgaba la seguridad ante el terror de morir de hambre, es absolutamente lógico suponer, que la “propiedad” en nada quedaba vinculada a los valores del espíritu. La historia de la humanidad nos muestra, cómo los vencedores imponían las nuevas fronteras territoriales, apropiándose de ciudades, reinos e inmensas existencias territoriales. En cuanto más nos adentramos al pasado, nos percatamos que las naciones vencedoras no perseguían los bienes culturales y espirituales de los vencidos, sino sólo sus propiedades.
En la Segunda Guerra Mundial volvimos a presenciar la codicia desenfrenada de los vencedores. La Alemania Nazi invade Polonia, Bélgica, Holanda y gran cantidad de naciones de Europa del Este y de Occidente. Y ya en un plano “muy civilizado”, en Yalta, Roosevelt, Stalin y Churchill, se reparten el mundo.
El miedo original al hambre se aloja en la “amígdala”, núcleo de sustancia gris, de forma semejante a una almendra, localizada en los lóbulos temporales del cerebro. Nuestro miedo a morir de hambre, forma parte de las impresiones ancestrales, en nuestro código genético. Una persona, entre más intenso sea su miedo ancestral a morir de hambre, tenderá a ser más codicioso, agresivo, egoísta y triunfador en empresas donde se requiera de sentimientos muy fuertes para competir, destruir y avasallar a otros. Si nos fijamos bien, la codicia y el egoísmo tienen sus más profundas raíces en el terror a morir de hambre, y como este instinto no está encadenado al espíritu, puede presentar las formas más brutalmente violentas y destructivas que podamos conocer.
Pero como el espíritu es superior a nuestros instintos, la educación del alma y de sus valores superiores, es el único remedio para tomar una profunda conciencia de que no moriremos de hambre si desplegamos nuestras capacidades en un trabajo determinado, y si fortalecemos los sentimientos de solidaridad con nuestros congéneres. En verdad, podemos prosperar en nuestras actividades laborales y en nuestro oficio, sin la menor necesidad de utilizar el “miedo al hambre”, como una fuerza instintiva ciega que nos permita apoderarnos de la mayor riqueza.
Podemos perfectamente aspirar a nuestro progreso material, y a la vez, desear también el progreso de nuestro vecino y de los demás. Lac odicia jamás va arreglar al mundo en el problema de un progreso para todos, sólo los valores del espíritu podrán someter a nuestro instinto de conservación, como lo veremos en la siguiente columna.