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PALABRAS DE PODER

¡ENFRENTEMOS LOS PROBLEMAS Y EL SUFRIMIENTO!

JACINTO FAYA VIESCA

Tomás de Kempis, en su bellísima obra, "Imitación de Cristo", nos dice: "Cuanto más te dispones para padecer, tanto más cuerdamente obras y más mereces, y lo llevarás también más diligentemente si preparas con diligencia tu ánimo y lo acostumbras a esto".

La intuición de Tomás de Kempis es sorprendente, pues se adelantó muchos años a la moderna psicología. Transcribo una parte de la anterior reflexión de Kempis: "Cuanto más te dispones a padecer, tanto más cuerdamente obras..."

Ya lo hemos dicho en otras ocasiones: padecer por completo el sufrimiento por nuestros problemas o graves pérdidas, es lo único que nos da sabiduría. ¡Claro que obramos más cuerdamente, es decir, con mayor sensatez y mejor juicio, cuando no hemos eludido el sufrimiento!

Mucha razón tuvo el gran escritor francés, Anatole France, al haber escrito: "Al sufrimiento debemos todo lo que es bueno en nosotros, todo lo que hace amable la vida, la piedad, el valor y las virtudes".

No se trata de que vayamos en persecución del dolor buscando nuestro propio daño; esta conducta sería enfermiza. Pero sí, que al presentarse en nuestra vida un sufrimiento causado por pérdidas afectivas, de salud o por problemas difíciles, no eludamos o tratemos de disfrazar los problemas con la finalidad de no sufrir.

De hecho, con frecuencia, ante un intenso sufrimiento (la pérdida de un ser muy querido, un divorcio o una enfermedad grave) nuestra primera reacción es negar la gravedad de nuestra adversidad, pues no queremos sufrir. Cuando esto nos sucede, tratamos de sufrir menos a través de mecanismos de negación de nuestra pérdida. O bien, intentamos "sublimar" ese sufrimiento al refugiarnos en consuelos religiosos o en convencernos que el problema "no es para tanto".

Todas estas estratagemas consiguen su objetivo por un tiempo: no experimentar el dolor en toda su intensidad. Pero meses o años después, el sufrimiento no padecido en toda su intensidad y en el momento "oportuno", nos cobra su cuenta pendiente, sólo que de una manera grave: vamos a decirlo como lo expresó el gran psiquiatra Carl Jung: "La neurosis es siempre un sustituto de genuinos sufrimientos".

Y cuando esto sucede, la perturbación emocional producida por haber sufrido a medias se convierte en un problema tal, que afecta a la totalidad de nuestra dimensión psicológica. Ya producida esta perturbación por no haber sufrido, se constituye en un problema diferente: por sí misma será una fuente de muchos sufrimientos, hasta que podamos curarla.

La educación de nuestra infancia y la misma sociedad en que vivimos, no han sido propicias para educarnos "sentimentalmente". Más bien, se nos ha enseñado a "seguir adelante", en vez de hacer un alto en el camino para disponernos a "hacer nuestro luto". La ausencia de un "luto" oportuno y adecuado en el tiempo, podrá marcarnos para siempre un luto "larvado", latente y siempre al acecho para entristecer nuestra vida.

Si hemos arrinconado y sepultado acontecimientos graves no sufridos y aparentemente olvidados, debemos saber que no están sepultados como creemos, ni medio muertos, sino que están vivos, acrecentados por su represión, y con tal fuerza, que tomarán nuestra vida por asalto en cualquier momento. Por ello, nada más sano que llamar a nuestra memoria (nuestro inconsciente lo sabe) aquellos sucesos que nos negamos a padecer por completo. Llorar lo que no lloramos, reconocer el valor de lo perdido, sufrir por lo que no sufrimos.

Severo Catalina, escribió: "Quien no ha vertido lágrimas en la soledad, no sabe cuáles son las lágrimas verdaderamente amargas".

La salud emocional que sigue a las lágrimas, la intuyó genialmente Shakespeare en su obra "Querellas de una amante", al haber escrito: "¡Oh, padre mío! Qué abismo de brujería se esconde en la pequeña órbita de una sola lágrima".

Ante un sentimiento profundo, experimentemos sin miedo vivencias profundas de ese dolor. Sufrir lo que se debe de sufrir pertenece a una dimensión divina de los seres humanos. El gran escritor francés, Víctor Hugo, lo expresó de una manera sublime: "Los ojos no pueden ver a Dios, sino a través de las lágrimas".

Estoy absolutamente convencido de que el obstáculo más firme que se opone a nuestro crecimiento emocional y espiritual, es no querer ver la realidad de nuestros problemas por el miedo a experimentar intensos sufrimientos emocionales. Nuestra sociedad moderna, vacía de espiritualidad, nos empuja a verlo todo a través de cristales de color rosa. No nos educaron para enfrentar los problemas, sino a verlos de un tamaño menor, o francamente, a eludirlos.

Esta es la razón fundamental por la que adultos competentes en sus áreas de trabajo y hasta triunfadores espectaculares en muchos campos, padecen de una fragilidad emocional propia de los niños.

"Esta tendencia a eludir los problemas y los sufrimientos inherentes a ellos es la base primaria de toda enfermedad mental", escribió el psiquiatra Scott Peck. Si queremos adquirir una de las capacidades más sobresalientes para nuestro permanente crecimiento emocional y espiritual, empecemos a no eludir los problemas ni el sufrimiento.

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