¡Toda elección implica una renuncia! Elijo hacer algo, y a la vez estoy renunciando a hacer otra cosa. O elijo no hacer algo que se debe hacer y mi omisión traerá una determinada consecuencia.
De hecho, siempre estamos eligiendo hacer determinadas cosas o dejar de hacerlas, sólo que no queremos admitir que constantemente estamos eligiendo, dado el grado de responsabilidad que ello conlleva. ¡Tenemos miedo a elegir conscientemente, en virtud de que pensamos que resulta difícil elegir lo que más nos conviene!
Esta carencia de seguridad en elegir lo mejor, no es tan difícil como parece, tal y como acertadamente lo descubrieron en sus prácticas terapéuticas los psiquiatras Newman y Berkowitz. Lo que sucede es que tomar plena conciencia de nuestras elecciones, implica aceptar todo el peso de la responsabilidad.
Es muy fácil elegir entre un provecho o un perjuicio. Lo difícil es elegir el menor mal o daño entre varios posibles. Esto lo captó muy bien Kempis, en su inmensa obra, "Imitación de Cristo", al haber escrito: "Entre dos males, elegir el menor".
Muy seguramente, el "saber elegir lo adecuado" es la facultad suprema del ser humano. Saber elegir lo adecuado es saber darle a cada cosa, persona y circunstancia, su importancia y valor justo y preciso. El dramaturgo francés, Corneille, en su obra, "Agesilao", acertadamente escribió: "El que elige mal para sí, elige mal para el prójimo". Y es que no nos percatamos de que todo lo que hacemos o dejamos de hacer, produce consecuencias que se pueden extender hasta lo inimaginable.
"Conocemos qué es lo mejor y hacemos lo peor", dijo el Apóstol San Pablo. Pero también es cierto que cuando padecemos de una hipersensible conciencia de culpabilidad, tendemos a culparnos de nuestras malas elecciones; en cambio, jamás nos aplaudimos por las innumerables elecciones juiciosas y sensatas que hacemos. Todos, en cierta medida, tendemos a exagerar aquello que hicimos mal o que no hicimos.
Con frecuencia nos criticamos con exceso, nos entristecemos por haber castigado erróneamente a nuestros hijos y olvidamos los cientos y miles de veces que los hemos abrazado, besado y llenado de palabras dulces. Los modelos de perfección que nos hemos auto impuesto son absolutamente imposibles de cumplir para cualquier persona. El tratar de ser siempre exitosos, nos conduce al desencanto.
Si analizamos bien las cosas, no tendremos más remedio que aceptar que somos nuestros peores "críticos". Nos enoja y deprime que nos critiquen nuestros mejores amigos, hijos y cónyuge, y en cambio, nuestros bruscos cambios de humor que nos conducen a la tristeza y al desaliento, provienen de las críticas que constantemente nos estamos haciendo a nosotros mismos.
¡Somos expertos en autocriticarnos y rebajarnos! ¡Somos los profetas de nuestros futuros desastres! Y no por que tengamos el "don de la profecía" (como nadie lo tiene), sino porque al habernos derrotado y vernos como fracasados de antemano, inconscientemente estamos auto boicoteándonos y poniendo impedimentos de todo tipo a fin de fracasar, y así, darnos la razón de nuestra profecía. Es decir, realizamos lo que se ha denominado "la autoprofecía cumplida".
"Si crees que puedes, o que no puedes, al final tendrás la razón", afirmó el gran industrial norteamericano Henry Ford. Algo que sucede con mucha frecuencia, es que un gran porcentaje de las personas afirma que no podrá hacer determinadas cosas, cuando en la realidad, revisando su pasado, esas cosas o algunas muy similares, las hicieron muy bien y exitosamente. Hay como un velo en nuestra memoria que oculta una enorme cantidad de conductas exitosas y que en el tiempo presente no las podemos ver. Probablemente el sentimiento de miedo no nos permite acudir a nuestra maravillosa memoria a fin de ver que lo que ahora tememos hacer ya lo hicimos muchas veces y de manera triunfante.
Pero supongamos que lo que deseamos hacer no lo hemos hecho con anterioridad y creamos que no podemos hacerlo. El pensar que no podemos hacerlo constituye una mera "suposición", pero no un "hecho comprobado". Es cierto que a veces no podremos hacer lo que nos proponemos, pero también, a veces, lo lograremos. Si revisamos la historia de las ciencias, de todas las expresiones del arte y de los avances en la industria, nos daremos cuenta que todo lo que hizo el hombre para su evolución, jamás lo había hecho con anterioridad.
La humanidad ha logrado lo que ha logrado, gracias a que se ha atrevido. Intentar hacer lo que no hemos hecho, es entrar en un proceso de maduración emocional. El poeta Píndaro, de la Grecia Clásica, escribió: "Atrévete, atrévete más, atrévete aún más... pero no demasiado".
¡No profeticemos que no podremos hacer las cosas! ¡No supongamos sus grados de dificultad! Todo esto pertenece al reino de la especulación y del derrotismo. ¡Nuestra mejor elección es tratar de hacer las cosas, de poner nuestras energías físicas, emocionales y espirituales, al servicio de nuestros nobles propósitos!
El último autor clásico que ha dado la humanidad, me refiero al poeta alemán, Goethe, siempre defendía el valor supremo de la acción, diciendo que "La acción es lo decisivo donde quiera". ¡No hay duda: la acción, el atrevimiento, el intentar hacer las cosas, tienen genio, poder y magia!