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PALABRAS DE PODER

EL DELGADO HILO DE NUESTRA VIDA

JACINTO FAYA VIESCA

Soy una anciana hilandera y siempre he sido muy cuidadosa en escoger mis hilos de lana, algodón y seda. Si no hilara con suavidad y tacto, mis hilos se romperían y mi tejido ya no serviría.

La vida de todos nosotros es un hilo muy delgado. Si no lo manejamos con tiento y maestría, nuestra existencia se convierte en ruinas y escombros. Cuando la desmesura y el desenfreno atraen nuestros corazones y nos lanzan a la codicia, placeres y ambiciones, provocamos que nuestro "hilo de vida" se rompa fácilmente. La mesura y la precaución serán nuestras mejores divisas.

Como anciana hilandera siempre estoy muy atenta a que los hilos de colores varios corran por sus caminos adecuados. No permito que los hilos tomen las rutas que quieran. El arte del tejido exige orden y belleza, y así es en la vida misma: si el hombre deja correr el hilo tenue de su vida sin orden ni concierto, no podrá vivir en un "arte de la vida"; su existencia será devorada por el caos y la anarquía.

Todos conocemos a las Furias: tres divinidades mitológicas infernales en que se personificaban la ira, el furor y la cólera. La anciana hilandera nos advierte que estas divinidades gozan del poder de transformarse en hermosas y encantadoras mujeres. Si no descubrimos sus artificios, entraremos en relación con ellas. Su ternura de palomas nos embelesa y a nuestro mínimo descuido, sus colmillos de ponzoñosas serpientes nos inyectan su veneno. La ira, el furor y la cólera nos privan de todo raciocinio, enloquecen nuestros sentimientos, y ya envenenada nuestra alma, seremos capaces de cometer las más graves y desquiciantes atrocidades.

Mi ancianidad - dijo la hilandera -, me ha permitido meditar profundamente sobre la vida: sus cumbres, despeñaderos, infiernos y cielos. ¡Ya no me sorprende conocer a los seres humanos en su intimidad!: somos vanos, variables, cambiantes como el viento, frágiles como el más delgado cristal. Si hemos logrado algo que deseábamos apasionadamente, el menor vaivén de nuestra fantasía anhela echarse en brazos del nuevo objeto deseado. Si en la orilla del río estamos fascinados con la belleza y colorido de las flores y con la majestuosidad de los árboles, de pronto pensamos que estaríamos mejor en la orilla de enfrente.

El corazón del hombre siempre está a punto de reventarse por la multitud de caprichos, vagos anhelos y desfiles de arrebatados y locos deseos. Si estamos disfrutando del cálido sol, renegamos por no llegar aún el invierno. Si somos amados y respetados, ansiamos que personas distintas nos respeten y amen. ¡No hemos aprendido uno de los más valiosos secretos de la vida: "que si variamos constantemente", jamás podremos vivir satisfechos y contentos!

Tengan mucho cuidado con dos grandes enemigos de todo ser humano, dijo la hilandera: el Temor y la Esperanza. Recuerden que el Temor está loco y ciego, y aun así, se empeña en guiarnos. Y los hombres, temerosos ante cualquier posible peligro se echan en brazos de su locura y ceguera: creen en todas sus profecías de desastres, hasta que se les hiela el corazón y ya convertidos en cobardes, caminan temblorosos con la espalda encorvada por sus pesares y presas del maligno Temor imaginario.

Y otro enemigo -continuó hablando la hilandera- es la Esperanza: está hueca de la cabeza, es zalamera y a todos les asegura toda clase de bienes futuros. Como la Esperanza es bella, joven y profundamente optimista, siempre es bien recibida. La Esperanza promete "el oro y el moro", sabiendo que habla sin ton ni son. Lo que más le encanta a la Esperanza es ser bien recibida por todos y para ello aplica su secreto mágico: tiene el don de saber lo que cada persona quiere oír, así que se afana en decir las buenas nuevas que desean escuchar, y además, a sus palabras las llena de miel. Como podrán ver -dice la hilandera-, la Esperanza es la gran engañadora. Los hombres no se han percatado que el confiar sus preocupaciones y tristezas a la Esperanza, les impide sacar la casta y enfrentarse de lleno a sus infortunios.

Dada su sabiduría, un grupo de oyentes pidió a la hilandera un consejo, a lo que ella les dijo: debemos ser admiradores de una diosa que nada promete y todo lo da. Esta diosa es diligente y oportuna. Su belleza deslumbra y a quien la sigue, la llena de todo tipo de bienes. A esta diosa le gusta volar con esfuerzo en las alturas y lograr todo lo que se propone. "Victoria", tiene por nombre, y su esencia es la provechosa "actividad". Quieran a esta diosa generosa, siempre fiel, inmensamente provechosa y desprendida. A lo largo de mis muchos años -dijo la hilandera-, yo la adopté como a mi diosa preferida.

Estoy muy contenta, pues he tejido miles de floridos, bellos y muy variados tapices. Entendí que mi vida es tan delgada como un hilo y como todos los días manejo hilos de algodón, lana y seda, siempre he recordado que tenía que manejarlos con una suavísima delicadeza.

Pero además de la suavidad con que he manejado los hilos de mis futuros tejidos, me di cuenta que solamente la "actividad" me permitiría tejer los tapices representados en mi mente. Así que busqué entre todas las diosas, una que me pudiera asegurar satisfacción, contento y provecho en mi oficio. Después de mucho buscar, vi a una esplendorosa diosa cuyo nombre era Victoria. Victoria, la diosa de toda "actividad".

Por último, dijo la hilandera: Prudencia, Actividad y Valentía pudieran ser los tres más valiosos instrumentos para tejernos una vida productiva y provechosa. El hilo de nuestra vida es muy delgado, pero podríamos entrelazarlo con la Prudencia, la Actividad y la Valentía, y al menos, vivir con mayor confianza y fortaleza.

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