Primera de dos partes Todos nosotros hemos escuchado y platicado en relación a ciertas personas que consideramos como bien “adaptadas a la sociedad”, o, como “inadaptadas socialmente”. Por lo general, consideramos como normal psicológicamente, a toda persona que se ha adaptado socialmente, y como anormal, a la que no se ha podido adaptar. ¿Será cierto lo anterior? Ya lo veremos.
Si esta cuestión la examinamos desde la óptica de la sociedad, estaremos de acuerdo con Freud (el creador del psicoanálisis), de que una persona puede considerarse sana si es capaz de trabajar, de amar y fundar una familia. La realidad, es que antes que nosotros le pongamos nuestro sello individual a la sociedad en que vivimos, esa sociedad ya nos puso su sello, como un fierro caliente que nos lo imprimió en nuestra piel.
Sin la sociedad no hubiéramos sobrevivido al nacer, más que unos cuantos días. Además, la sociedad nos dio el lenguaje, nos enseñó a convivir armoniosamente con los demás, nos enseñó una serie de usos sociales y costumbres. Simplemente: sin la sociedad no podríamos haber sobrevivido.
Pero si examinamos el problema desde la perspectiva eminentemente individual, una persona puede considerarse psicológicamente normal, sólo en la medida en que es capaz de desarrollar sus capacidades naturales, expandir su personalidad, y alcanzar el mayor grado de felicidad. En esta dimensión estrictamente individual, Freud volvió a imponer su criterio: la persona sana es aquella que trabaja, puede amar, no sufre por desgracias imaginarias, y en cambio, la capacita para que pueda sufrir solamente por los problemas “reales” de su vida. ¿Es posible, que una persona que pueda desarrollar todas sus potencialidades individuales, y que a la vez y al mismo tiempo, pueda estar “adaptada” a los requerimientos y exigencias de su sociedad?
Muy difícilmente esto será posible. Y es que los puntos de vista de una sociedad dada en un espacio y tiempo determinados, son diferentes a los puntos de vista de los individuos que desean desarrollarse desde un punto de partida estrictamente personal.
Si queremos alcanzar la salud emocional, y además, conservarla y fortalecerla, nos resulta indispensable entender a cabalidad todo lo hasta aquí expuesto. De una manera extrema y grotesca, nos parece como anormal toda persona que quisiera vivir de acuerdo a lo que piense y sienta, sin tomar en cuenta los usos y costumbres sociales que han sido aceptados por casi todo el grupo social. Como también nos parecería absurdo que un grupo social quisiera que las personas individuales disolvieran su individualidad a favor de la sociedad.
En el primer caso, se trataría de personas que no le atribuyen ningún valor a la sociedad, por lo que el grupo social las margina, les impide todo desarrollo personal que puede implicar un peligro para la sociedad. Pero normalmente, no se da lo anterior. Lo que sí se da, es una permanente tensión (en todas las sociedades) entre las exigencias que la sociedad le impone a los individuos, a fin que la sociedad cumpla con sus objetivos, con las exigencias de los individuos de expandir sus capacidades y personalidad, rompiendo con ciertos usos sociales y costumbres. Y aquí radica el verdadero y espinoso problema: que los profesionales de la salud mental, equivocadamente, creo yo, consideran como “anormal” a toda persona que no está muy bien adaptada a la sociedad.Yen cambio, a toda persona bien adaptada la consideran como “normal” y valiosa para la sociedad. Veamos a lo que no ha conducido esta falsa “normalidad” de la persona bien adaptada. Pongamos como ejemplo, la sociedad de los Estados Unidos de Norte américa y de algunas naciones europeas.En estos casos, las personas bien adaptadas a la sociedad, y por lo tanto, “normales” emocionalmente, son aquellas que deben seguir los patrones reconocidos por esas sociedades: ser adictos al consumo indiscriminado de bienes y servicios, pues a mayor consumo, según ellos, mayor riqueza para la sociedad. Creer en el dios de una libertad de empresa sin controles, sin importar las afectaciones al cambio climático y a todo tipo de injusticias. No pensar ni expresar ideas que conduzcan a una nueva sociedad en la que primen la justicia, la espontaneidad, y una convivencia social sin manipulaciones, todo esto es negar la esencia de nuestra personalidad al quererse cerrarnos la boca y el entendimiento.
Ya sabemos a dónde ha conducido los falsos valores de la sociedad norteamericana y de otras naciones que quieren seguir sus patrones de avaricia y lucro, y de los más destructivos antivalores: a un grado tan alto ha llegado todo esto, que hoy en día el mundo está convulsionado por una gravísima crisis económica, en la que el lucro, la codicia y la estafa fueron sus causantes.
Debemos pensar, que ni todo es la defensa de nuestra individualidad, como tampoco el primado de la sociedad en perjuicio de la persona.Pero sí, que hay un campo segurísimo para nuestra felicidad personal: esforzarnos permanentemente en el desarrollo de nuestras capacidades naturales, y hacer de nuestras relaciones personales un campo avocado a la generosidad, a la ayuda mutua y la cooperación con los demás.
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