MILLONES HAN PADECIDO LA ADVERSIDAD Y SE HAN RECUPERADO
Nuestra capacidad de adaptación a las grandes pérdidas de salud, de seres queridos y de bienes de todo tipo, es prácticamente, asombrosa. Salvo algunos casos extremos en que la vida es insoportable en todos los sentidos, pasado un lapso de uno o dos años después del infortunio sufrido, en la mayoría de los casos, los humanos volvemos a gozar del mismo nivel de dicha que teníamos anteriormente.
"Gran consuelo es pensar que los males que cada uno sufre, todos los sufrieron antes y todos los han de sufrir", dijo Séneca. Y el poeta Horacio escribió: "Si ahora nos sucede el mal, no será así siempre". Hace tres millones de años, una especie de humanos y los chimpancés se separaron de un ancestro común. Sabemos que el lagarto, actuales especies de tortugas y de alacranes, y miles de especies de animales más que viven hoy en día, coexistieron durante millones de años con los dinosaurios, especie animal que se extinguió hace 60 millones de años.
Miles de especies de animales han sobrevivido por más de 100 millones de años. El humano de hoy en día ya existía hace mas de cien mil años, y ha podido sobrevivir no gracias a sus grandes capacidades físicas, que no las tiene, sino a una combinación de variados factores: una extraordinaria buena suerte (pues en un momento determinado de la historia sólo existían 20 mil seres humanos idénticos a nosotros, en un sólo lugar, mismos que pudieron haber terminado con la especie, con una sola enfermedad como el sarampión o una gripe), una buena adaptación al medio ambiente, y el desarrollo cerebral que nos indujo a hacer de la cooperación el más importante factor para la supervivencia de los humanos de hoy en día (6 mil 600 millones de personas que habitan la Tierra).
Pues bien, la adaptación a las grandes pérdidas en todos los sentidos, es una de las características más importantes de la especie humana.
Nos adaptamos maravillosamente a todo tipo de circunstancias, tanto si son desafortunadas como si son favorables.
Ya sabemos que todo cambio de circunstancia nos provoca un determinado estrés, es decir, un esfuerzo para adaptarnos a las nuevas circunstancias de éxito o de derrota, tal como lo descubrió el eminente médico de fama mundial, Hans Seyle.
Se han hecho estudios muy serios por parte de médicos de los mejores hospitales del mundo y se ha constatado que personas que padecen enfermedades crónicas como la hipertensión, daños severos en el corazón, hepatitis C, diabetes, incluso personas que han sufrido quemaduras graves en más de un setenta por ciento de su cuerpo o que han perdido alguna pierna o brazo, después de haber sido diagnosticados de su enfermedad o de los accidentes relatados y pasado algún tiempo - entre uno y dos años - vuelven a gozar de igual o similares estados de ánimos de los que gozaban antes de tales eventos.
Obviamente la respuesta a tales infortunios cambia mucho de persona a persona, y sobre todo, en los primeros meses, pero pasado un tiempo, las respuestas de adaptación son muy similares. Estas personas están más atentas a los goces del presente que ya no se lamentan de lo sucedido.
Por lo general, un divorcio, el diagnóstico de una enfermedad grave como el cáncer, la ruina económica, la pérdida de un hijo o del cónyuge, constituyen golpes devastadores que limitan en mucho nuestra capacidad para ser ni siquiera mínimamente felices, pero pasado un período relativamente corto, el ser humano sigue adelante.
En las guerras, por ejemplo, sucede un fenómeno muy especial: cuenta el mundialmente famoso psiquiatra Alfred Adler, que daba psicoterapia en Berlín, Alemania, mientras Freud daba psicoterapia en Viena, Austria, que la totalidad de sus pacientes (muy ricos o poderosos), dejaron de ir a consulta durante la Segunda Guerra Mundial, con motivo de los bombardeos en Berlín y por la pobreza que se desató en toda Alemania. Nos dice Adler, que una vez que hubo concluido la guerra, se encontró a varios de sus antiguos millonarios pacientes que padecían de serios problemas emocionales. Algunos de ellos a los que encontró casualmente, trabajaban de meseros, taxistas o ayudantes en hoteles. Adler les preguntó sobre cómo seguían de sus trastornos emocionales y para su sorpresa, los ahora empobrecidos exmillonarios, estaban completamente curados de sus neurosis, fobias y ataques de pánico.
Adler atribuye este fenómeno al hecho de que una persona con conflicto emocional y que vive en la abundancia, es más difícil de curarse. Si esa persona vive en una situación diametralmente opuesta, en la que sólo debe atender a su sobrevivencia y a la de sus seres queridos, su lucha por la vida muy seguramente los curará. Así les pasó a los pacientes de Adler.
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