LA CONCIENCIA DE NUESTRA MORTALIDAD PERMITE A LOS SERES HUMANOS TRATARNOS CON AMOR Y BONDAD
Así como hay una “gula” por la comida, como se conoce al vicio de comer en exceso, nuestra sociedad actual ha propiciado que un buen porcentaje de personas hayan adquirido el vicio de querer vivir por mucho tiempo.
Estas personas se aferran a todo tipo de tratamientos para arrancarle a la vida el mayor número de años. Como glotones de vida, aspiran a vivir durante largo tiempo, odiando a la vez, el estado de ancianidad. ¡Lo importante no es vivir durante mucho tiempo, sino vivirlo con significación y entrega a otras personas! Aquellas leyendas, cuentos y novelas que han abundado en los últimos doscientos años, en que los personajes pactan con el demonio o con la muerte a fin de alcanzar una larga vida o la eternidad, siempre han terminado en aterradores desastres.
Personajes de novelas que aspiran a seguir gozando de su belleza física, del amor, placer, influencias y riquezas. Ninguno de estos personajes, como Dorian Gray y muchísimos más, pensaron que la belleza, el amor, el placer y la riqueza, se disfrutan gracias a nuestra condición de mortales y nuestra fragilidad humana.
Lo que le da valor e intensidad a estos goces, es su carácter transitorio, fugaz y único; el carácter de que estos placeres son iguales que la rosa más bella: una vez retirada del rosal está fresca y radiante, pero solo a lo más, por unos días. El anciano perverso que quiere vivir apegado a la fuente de la belleza femenil de la juventud, no se da cuenta que le causa asco a esa bella fuente. Y también ignoran, hombres y mujeres “glotones” de más vida – tiempo, que el amor, el placer y la riqueza requieren de un corazón tan vivo y blando, que no soporta la repetición, ni aun en la edad madura.
Los personajes de las novelas que llegaron a vivir por muchos años, pagaron sin darse cuenta un precio muy alto: su corazón se endureció y no pudieron aprovechar lo más noble del amor. Su tragedia consistió en que hubo amantes dispuestos a brindarles su amor, pero su corazón petrificado ya “no” podía amar a ningún ser humano. Le pasó lo que al rey Midas: todo lo que tocaba lo convertía en oro: alimentos, agua, y aun, a su propia hija: ¡Qué tragedia! Por ello estos personajes terminan odiando a sus amantes: los ven frágiles y mortales, cuando ellos aspiran a una larguísima longevidad o a la inmortalidad. ¡Qué monstruosa mezcla de vanidad y locura! El placer, el amor genuino, el inmenso afecto por los hijos y amigos, no admiten trucos: sólo se dan en quienes no son “glotones de longevidad”. Exigir una larga vida no solamente es antinatural, sino que además implica no aceptar la muerte como un destino irrevocable. ¡Piensan, ingenuamente, que vivir más años es restarle tiempo a la muerte! ¡A la vida le podemos arrancar goces de vida!, pero pretender arrancarle a la muerte con su retraso, explosiones y regalos de vida, es una real locura.
Como seres humanos, padecemos y gozamos de debilidades, defectos, capacidades y virtudes, pero siempre partiendo de nuestra profunda conciencia de que se trata de debilidades, defectos, capacidades y virtudes de seres mortales, que aceptan su mortalidad, y no de seres desquiciados que le ruegan y le imploran a la muerte que los llene de más vida.
Esta conciencia de nuestra mortalidad y esta lucha siempre fracasada de longevidad antinatural, es lo que nos permite a los seres humanos tratarnos con amor, con bondad; brindar unos a los otros nuestras inmensas riquezas de sacrificio y de solidaridad. Solamente cuando sentimos hasta el tuétano de nuestros huesos, lo muy débiles que somos, cuando sentimos nuestra fragilidad, limitación y transitoriedad en el tiempo, es cuando podemos abrir las ventanas de nuestra compasión y sentir una profunda ternura y piedad por los demás.
El biólogo y filósofo estadounidense, León Kass, ha argumentado sobre lo que él llama las “bendiciones de la finitud”: “la conexión íntima entre las cosas que valoramos y la precariedad de la vida”, como magistralmente analiza el tema, el filósofo inglés, Roger Scruton, profesor actualmente en la universidad de Oxford, Inglaterra, una de las tres más prestigiadas universidades del mundo.
La ciencia no debe luchar por arrancarle más vida a una mortalidad moribunda. No se trata de tener más años, sino de vivirlos de una forma superior en el afecto, el respeto y la ayuda a los demás. Querer arrancarle vida a la muerte es tan enfermizo como agrandar y profundizar el círculo de amigos y afectos a través del Facebook. ¡Qué sencillo creer que amamos y nos aman, cuando entre esos supuestos amigos y afectos, ponemos en medio una pantalla! Este muro protector le impide a los otros, como dice Scruton, “el poder y la libertad de desafiarnos en nuestra naturaleza más profunda y amarnos a capítulo para exigirnos nuestras responsabilidades a ellos y a nosotros mismos”.
A las máquinas electrónicas exijamos lo único que pueden darnos: información y relaciones humanas “virtuales”; a la vida, pidámosle más vida plena, y nunca alianzas para arrancarle más tiempo a la muerte.
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