La madurez personal no implica olvidarnos de lo vivido anteriormente
Probablemente el factor más importante que comprueba la Madurez de una persona, es el que haya adquirido buen juicio o prudencia. Se vincula también a la Madurez con el proceso de avanzar en edad, aunque todos sabemos que hay personas con un alto grado de Madurez sin haber llegado a la etapa adulta, mientras hay personas de avanzada edad con una grave falta de Madurez.
Pero de cualquier manera, la Madurez no constituye ninguna seguridad de que la persona madura tendrá un comportamiento impecable. El temperamento se convierte en un obstáculo para que la persona se comporte siempre con sensatez. Un temperamento con un alto grado de sensibilidad es más proclive a los errores y a los excesos. Este fenómeno lo observó muy atinadamente el novelista francés Balzac, al escribir: "Los seres más sensibles no son siempre sensatos". Además, por más madura que sea una persona, no escapa de las debilidades que por naturaleza padecemos todos los seres humanos sin excepción.
La realidad es que de una manera muy equivocada, hay corrientes psicológicas que exigen que todas las personas alcancen un alto grado de Madurez, y que si es así, sus vidas terminarán siendo un desastre. No hay tal. La realidad de la vida nos dice que si bien es cierto que es muy conveniente adquirir la sensatez, prudencia y buen juicio, también es cierto que aun las personas más juiciosas y maduras albergan en sus almas rasgos de su niñez.
Cuando ya estamos en pleno proceso de maduración emocional, de pronto nos comportamos como niños o adolescentes, y en realidad llegamos ante ciertas situaciones a sentirnos como nos sentíamos en la niñez. Este tipo de sentimientos infantiles nos horroriza y causa una injustificada vergüenza. Todos los seres humanos somos sumamente complejos y es absolutamente imposible que ya de adultos evitemos a veces comportarnos o sentirnos como niños. Si leemos a Dostoievski, y a novelistas como Balzac, descubriremos que los seres humanos tenemos impreso en nuestro corazón, vivencias y sentimientos de todas las etapas de nuestra vida. Si este contundente hecho no lo aceptamos, forzosamente llegaremos a la "auto aversión", es decir, a sentir repugnancia y odio contra nosotros mismos.
Ante un niño de cinco años podemos enternecernos; ah, pero rechazamos sentir ternura por ese niño de cinco años que de pronto aparece ante nosotros y que es nada menos que nosotros mismos cuando teníamos esa edad.
¡Claro que crecer y enfrentarnos ante las dificultades cuando somos adultos resulta una tarea desafiante! Y por supuesto que sólo ante el enfrentamiento con situaciones adversas iremos adquiriendo sabiduría y fortaleza. Pero aun así, muchas veces y cuando menos lo esperemos, brotará de improviso el niño y el adolescente que está permanentemente presente en nuestra alma. Ese niño y ese adolescente va a invadirnos con sus sentimientos de desamparo, de miedo (cuántos de nosotros ya de adultos seguimos conservando los mismos miedos de niños), de soledad y de impotencia. En esos casos, que se presentan con más frecuencia de lo que creemos, lo peor que podemos hacer, es avergonzarnos y aborrecer esos sentimientos, pues no se trata de sentimientos anormales, sino todo lo contrario. Son además, un aviso de que ciertas situaciones difíciles por las que estamos pasando, no están tan mal en la realidad, sino que únicamente despiertan los sentimientos de ese niño que llevamos dentro y que de pronto se asoma mostrándonos sus miedos infantiles. Seamos mucho más compasivos y comprensivos con nuestro niño; no lo podemos quitar de nuestro corazón, y si pudiéramos, sería algo tan monstruoso como pretender que esas etapas de nuestra vida no existieron jamás.
Rechacemos esa autoexigencia de querer ser siempre el adulto fuerte y maduro. La fruta madura lo es gracias a sus etapas previas de maduración; la hermosa rosa que contemplamos en el jardín, nada hubiera sido si antes no hubiera existido como botón; y la hermosa mariposa lo es, gracias a que antes fue una crisálida.
jacintofayaviesca@hotmail.com