EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

PALABRAS DE PODER

¿Presos, o forjadores, de nuestro destino?

JACINTO FAYA VIESCA

El Mayor Mérito Del Hombre Consiste En No Dejar Que Las Circunstancias Lo Determinen A Él.

Ante un suceso trágico que le acontece a una persona, con frecuencia decimos: "Ya le tocaba", "Ya estaba escrito", "Fue su destino". El Destino es el encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal. El Destino es la buena o mala suerte, la buena o mala Fortuna.

Para el poeta latino Horacio, los humanos "somos considerados como marionetas de madera movidos por extraños". La visión de este poeta es fatalista, como si el Destino ya estuviera determinado de antemano.

En cambio, hay quienes niegan el Destino como algo escrito, como el latino Claudio, que escribió: "Cada cual es artífice de su propia fortuna". Y en medio de estas dos concepciones opuestas sobre el Destino: la fatalista, y la ingenua, que nos quiere hacer creer que el Destino nosotros lo forjamos, esta una posición intermedia, mucho más realista: es la concepción de Goethe, que así concibe al Destino:

"El mayor mérito del hombre consiste en determinar en la medida de lo posible las circunstancias y no dejar que en la misma medida las circunstancias lo determinen a él".

El que tengamos cada uno de nosotros una idea muy clara del Destino, constituye una de las fuentes más poderosas para construirnos una vida provechosa, y a la vez, es una fuente del más puro consuelo.

Veamos un ejemplo muy claro del Destino: una persona toma su automóvil, y a unos cien metros la luz del semáforo se prende en rojo y detiene su automóvil; más delante, una persona quiere cruzar a pie, y el automovilista disminuye su velocidad y le da el paso; después, entre dos lugares para estacionarse, escoge uno de ellos, y al bajarse de su automóvil, otro automovilista de manera imprudente lo atropella, y el primer automovilista muere.

El atropellamiento de esta persona y su fallecimiento, ¿ya estaba escrito? ¿ya le tocaba morir de esta forma? Un creyente en el Destino determinado y ciego, dirá que sí. En cambio, quien no cree en el Destino escrito (es mi caso, que no creo en el Destino escrito), dirá que la persona fue atropellada en virtud de que se encadenó una serie de factores y causas que tuvieron como resultado un desenlace fatal. Por ejemplo: si el primer automovilista hubiera tomado su carro unos cinco segundos antes o después, o si el semáforo hubiera marcado la luz en el color verde, o si no le hubiera dado el paso a la persona que intentaba cruzar la calle, o si hubiera escogido el otro lugar del estacionamiento, si uno solo de estos factores hubiera variado, el atropellamiento no habría sucedido.

El creyente ciego en el Destino, dirá: "Ya le tocaba". El que no cree en el Destino predeterminado, dirá: "Tuvo mala suerte".

Quienes asumen el Destino como algo que ya estaba escrito, no se dan cuenta, que el Destino no existe como algo real, antes que suceda, como tampoco es una maquinación perversa de un dios malvado. Sino que simplemente, le llamamos Destino a lo que "ya sucedió", pero que antes del suceso no existía como tal. Quienes creen en el Destino (escrito), destruyen sus fuerzas interiores, pues para qué luchar y ser prudentes, si de cualquier manera, haga lo que haga, me va a suceder lo que ya con anterioridad "estaba escrito".

¿Escrito por quién? ¿Por fuerzas de la naturaleza, o por factores que se encadenan fatalmente, pero que no piensan? ¿O acaso, pensarán que está escrito por Dios, y que aun sabiendo Dios desde los primeros tiempos de la eternidad, que esa persona fallecería de esa manera, aun así lo envió al mundo? No lo creo. Quienes creen en Dios, no es fácil aceptar que envía al mundo a millones de personas que van a sufrir lo indecible, mientras que a otros millones les dará la vida en la que gozarán de la mayor felicidad.

Por otra parte, creer que nosotros somos los forjadores de nuestro propio Destino, constituye una posición de extrema ingenuidad, y de un alto peligro. De extrema ingenuidad, porque sería tanto como enfrentar nuestros deseos, fuerza física y voluntad, contra miles de imponderables en los que nosotros no intervenimos en lo absoluto: la fuerza de otras personas, el encadenamiento de factores que escapan de nuestro control, guerras, enfermedades, desastres naturales; ingenuidad que podría resumirse en esta frase: "Yo sólo puedo contra todo el mundo".

Quien piensa que el destino depende de él, durante toda su vida se sentirá frustrado, desilusionado, e incluso culpable, pues sus planes no le salen como había pensado. Asumir que el destino depende de nosotros, es tanto como igualarnos a Dios, o bien, considerarnos unos verdaderos inútiles. Y estas personas, llegan al absurdo, de que si sus planes no se convierten en "realidades", terminan negando la "realidad", llenándose de furia y odio ante la vida.

Lo sensato consiste en no creer que nuestro destino ya está escrito, pues al pensar así, nos abandonaríamos ante la vida, pues cualquier esfuerzo que hiciéramos no podría modificar lo que ya con anterioridad esta "escrito". Pensar que nuestro Destino depende de nosotros, sería vivir en la locura o en un autoengaño permanente: "Yo puedo contra todo el mundo".

Ni el Destino nos condena, ni tampoco podemos modelar el Destino a nuestro gusto. Lo único prudente, es, precisamente, actuar con prudencia y una permanente diligencia. Y cuando los vientos del destino nos sean favorables, debemos surcar los aires tan alto como podamos; y cuando el Destino nos envíe tormentos y desgracias, esforzarnos en sacarle el mayor provecho a nuestras fatalidades, si es que algo de ellas podemos rescatar. Y en cualquiera de los dos casos, mala o buena suerte, comportarnos con dignidad y bravura.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 631877

elsiglo.mx