TOMEMOS POSESIÓN DE NOSOTROS MISMOS
A la gran mayoría de las personas les aterra la soledad. Una gran mayoría de mujeres golpeadas por su pareja prefieren sufrir esta constante humillación, al sólo pensamiento de permanecer solas.
Nada hay más doloroso para un niño que pensar ser abandonado por sus padres. Ya de adultos, queremos seguir sintiendo ese cálido resguardo afectuoso que nuestros padres nos daban. No sabemos, que soportar la soledad es una prueba contundente de que ya somos adultos emocionalmente. ¡Por ello, nada más útil que liberarse de nuestra fantasía de seguridad de nuestra infancia!
El Génesis de la Biblia nos dice que "No es bueno que el hombre esté solo", pero esto no significa que debemos tenerle terror a la soledad.
El poeta Goethe, opinó: "La soledad no significa estar solo". Y esto es cierto, pues muchas veces en la soledad es cuando más acompañados nos sentimos. Pero cuántas veces "Es más angustiosa todavía la soledad de dos en compañía", nos dice Campoamor.
Tenemos que tomar posesión de nosotros mismos, y eso implica aceptar un cierto grado de soledad en nuestras vidas. Renunciar a la intimidad para no sufrir a la más mínima soledad, es renunciar a ser dueños de nosotros mismos. Nuestra intimidad es la parte reservada o más particular de nuestros pensamientos, y afectos, y este núcleo de nuestro ser tenemos que resguardarlo a toda costa.
Cuando fuimos niños, nuestro padre y nuestra madre fueron las personas más importantes de la Tierra. Esta experiencia en alto o bajo grado, la seguimos viviendo ya de adultos.
Por ello, las personas de autoridad nos causan miedo o creemos que nos dan seguridad. Manifestarnos como adultos nos puede crear sentimientos de culpa, pues de alguna manera en nuestro inconsciente significa desligarnos de ellos, y quedarnos solos, aun cuando nuestros padres hayan fallecido hace mucho tiempo atrás.
En nuestra fantasía de niños que persiste en nuestra etapa adulta, renunciamos a tomar posesión de nosotros mismos y a actuar con toda la fuerza y valentía, porque falsamente creemos que estaríamos revelándonos y enfrentándonos con nuestros padres.
¡Cuántos adultos viven como niños, porque piensan que si vivieran como adultos traicionarían a sus padres! Estas personas con cuerpos de adultos y corazón de niños, viven la tragedia de no ser ni niños ni adultos. Las situaciones de la vida les exigen respuestas de adultos, pero su ilusión de infantes dependientes, les impide actuar con independencia y valentía.
No actúan como adultos, porque creen que serían unos malvados, pues no pueden aceptar otra vida sentimental que las que les exige su corazón de niños, pues para ellos, adultos son sus padres, aunque ya hayan fallecido. Para estos adultos dependientes que viven en la ilusión de ser niños, actuar como adultos independientes es una especie de crimen y traición a sus padres.
A toda costa tenemos que liberarnos de esos fantasmas e ilusiones de nuestra niñez: que jamás volveremos a pasar por la seguridad de cuando éramos niños, y que además, no necesitamos de esa seguridad; sino al contrario, lo que debemos de hacer es autoafirmarnos como personas adultas, libres, e independientes.
No seremos ningunos criminales ni traidores por quitarnos la pesada losa de la ilusión de la seguridad infantil. Como adultos, estamos preparados para la soledad, el sufrimiento, la victoria, las adversidades, y todo lo que la vida nos depare. ¡Todo depende de que queramos dejar de ser niños y de convertirnos en adultos!
¡Cuando éramos niños pensábamos y actuábamos como niños: ahora que somos adultos debemos pensar y actuar como adultos! ¡Ya dejamos atrás al niño temeroso e indefenso; ahora, somos adultos con casta y bravura!