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PALABRAS DE PODER

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JACINTO FAYA VIESCA

TODOS AL NACER, NACIMOS CON UNA HERIDA DE MUERTE

¿Que me voy a morir algún día? ¡Es cierto! ¿Que lo crea? ¡No tanto!

Se me ocurrió esta frase (que nunca he leído en algún autor) como principio de una idea que he pensado durante decenios: no podemos ignorar que vamos a morir. Pero también, esa creencia queda asfixiada por un poderosísimo sentimiento: emocionalmente no creemos que vayamos a morir.

Esto nos llevaría a una idea que, para mí, es enormemente fuerte: las "creencias" no sólo son producto de la razón, sino también de nuestras emociones y sentimientos más profundos como los terrores, pánicos, prejuicios, represiones emocionales y supersticiones, entre otros.

No he encontrado en ningún autor las razones o los hechos por los que permanentemente negamos nuestra irremediable futura muerte. ¡No hay nada en nuestra existencia que más tengamos sepultado en nuestro inconsciente, que la idea y sentimiento de que algún día moriremos!

¿Y cuál es la prueba de mi anterior afirmación? El contundente hecho de que día a día están en nuestra conciencia una y mil cuestiones: nuestro gusto por ver a determinada persona, la preocupación que tenemos por no poder pagar la mensualidad de nuestra tarjeta de crédito, la tristeza que nos baña en lágrimas por haber roto una relación sentimental, la urgencia de acelerar la velocidad de nuestro vehículo a fin de llegar a tiempo a un determinado lugar, y cien cosas más que ocupan toda nuestra conciencia y nuestro tiempo.

Dentro de estas decenas de cosas, ¿dónde quedó el pánico por el hecho de que algún día vamos a morir? ¡Cientos y miles de problemas nos atenazan a lo largo de nuestra existencia, y algunos nos enferman y pueden causarnos la muerte! ¿Y el gran problema de que vamos a morir (tal vez el más importante de todos) dónde queda en nuestro diario vivir? Lo que sucede, es que la idea de que vamos a dejar de existir sacude todo nuestro ser, considerando esa idea como absurda, terrorífica y sin sentido. Ante el contundente hecho de nuestra futura muerte, depositamos en lo más profundo de nuestra existencia este próximo hecho monstruoso. Y desde niños, le vamos echando tierra para que no aparezca jamás.

Aun cuando vivimos en el "tiempo", ante el hecho de nuestra futura muerte, ya no concebimos a este "tiempo" que manejamos a diario como algo medible y cuantificable. Ante nuestra muerte, cambia nuestra concepción del "tiempo" normal, para considerarlo ahora, un "tiempo" parecido a la eternidad, a lo no medible, al tiempo que no vamos a poder percibir, al tiempo del que no vamos a tener la menor conciencia.

Esta concepción distorsionada del tiempo es una de las razones de que pensemos que la idea de nuestra propia muerte está enterrada, muy bien enterrada, a tal grado, que nuestra "conciencia" ni la toma en cuenta. Por ello, nos resulta más preocupante el hecho de que no tenemos dinero para pagar las colegiaturas de nuestros hijos, que el inmenso problema de que "verdaderamente" nos vamos a morir.

¡Pero el engaño no funciona! Mil preocupaciones nos asaltan creyendo que se trata de preocupaciones muy concretas, cuando muchas de ellas no son más que coletazos de esa idea de la muerte que se está moviendo en lo que pensamos que es la tumba de la idea de nuestra propia muerte, esa tumba que la hemos estado llenando de tierra y a la que le dimos nuestro inconsciente como sitio de su sepultura.

¡La idea y el pánico por nuestra futura muerte están más vivos que nunca y entre más nos neguemos a ellos, más se fortalecen y más poder adquieren en todos los actos de nuestra existencia!

¿Cómo podemos atemperar el pánico inconsciente a nuestra muerte a fin de que ese pánico escondido y que negamos, perturbe lo menos posible nuestra existencia?

Cada persona deberá pensar qué hacer sobre este particular, aun cuando algunas reflexiones podrían sernos útiles a todos.

Qué tristeza nos despierta ese ejército de jóvenes y hombres maduros que se han pasado su vida acumulando dinero con base en inmensos esfuerzos. Han acumulado grandes fortunas a costa de enfermedades por tantos conflictos y problemas.

¿No se han dado cuenta que cuando fallezcan (en un porcentaje de casos) sus viudas encontrarán a otro hombre con el cual compartirán su vida y la riqueza de su difunto esposo?

Cuando un hombre ya en el ocaso de su vida tenga conciencia de la gran riqueza que amasó, ¡sentirá los aguijones de tanta oportunidad para gozar la vida y que dejó ir, lo que le impidió una vida más cercana con la naturaleza y con sus seres más queridos!

Estos señores al morir, si fueron buenos padres, provocarán lágrimas de tristeza de parte de sus hijos. Y si sus hijos no amaron a su padre, no sentirán la menor tristeza, ni el mínimo agradecimiento por los legados y herencias recibidos, aunque sí, los recibirán con interés y gusto.

Para un padre es relativamente fácil ganarse el respeto de sus hijos, pero ganarse el "amor" de ellos, es algo muy difícil.

Seamos conscientes que si nuestra existencia está muy complicada, "La muerte es un bien para el hombre, porque acaba con los males de la vida", como lo dijo el romano Publilio Siro.

La realidad es que no queremos morir, salvo un porcentaje de excepciones. Pero qué sólido el pensamiento del romano Cicerón, que escribió: "No quiero morir, aunque en realidad, el estar muerto me parece indiferente".

¡Y no nos engañemos!: todos nos vamos a morir. Bien lo dijo el poeta de la Roma Antigua, Virgilio: "La flecha mortal está clavada en su costado". Y es que todos al nacer, nacimos con una herida de muerte.

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