EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

PALABRAS DE PODER

Vicios del carácter

JACINTO FAYA VIESCA

TODO ARROGANTE Y NARCISISTA PADECE

DE UNA GRAVE DISTORSIÓN DE SÍ MISMO

¡Nuestra incapacidad para relacionarnos de

una manera cordial y cooperativa con los demás,

constituye una de las fuentes más importantes

de nuestros desórdenes emocionales

(depresión, ansiedad, soledad, frustración)

y de nuestra desdicha!

Si la persona tímida enfoca de una manera

equivocada a las personas y las situaciones,

y si es propensa al pesimismo, a dudar de

la buena intención de los demás y a subestimar

sus reales capacidades y méritos, la persona

arrogante en cambio, es la cara opuesta

de la moneda.

En primer término, la arrogancia no se

presenta como un factor único, sino que todo

arrogante es insolente, majadero, presumido

y soberbio. Es imposible que un soberbio

no sea insolente. Y es que su carácter está

fracturado. Padece de una grave distorsión

al enfocar a las personas y a las situaciones.

Toda persona arrogante presenta una fachada

de autosuficiencia, se conduce con

agresividad y trata por todos los medios de

marcar su “aparente” superioridad. El arrogante

siempre pretende tener la razón, por lo

que se comporta de una manera intransigente

y dominante.

Toda persona presumida y vanidosa sufre

de un trastorno emocional grave: padece de

“Narcisismo”. Sabemos que Narciso es un

personaje mitológico que se enamoró de su

propia imagen al verla reflejada en una fuente

de agua clara. Narciso se transformó en

una flor, la que aún lleva su nombre.

Toda persona narcisista (se da mucho más

en los hombres que en las mujeres) se siente

“hecho a mano”, siempre es vanidoso y presumido

y está satisfecho de sus relevantes dotes

personales.

Esta fractura de carácter del arrogante y

vanidoso, no le permite escapar de las garras

del narcisismo y de la insolencia. La vanidad

y la soberbia denotan una pobreza de espíritu

y un pleno desconocimiento del corazón

humano. Todo vanidoso es como un loro que

salta de rama en rama y parlotea a la vista de

todos, escribió el novelista francés, Flaubert.

Cuando una persona se ama a sí misma en

exceso, su corazón carece de espacio para

amar a otros. Por esto, todo arrogante es un

“egocéntrico”: pretende que el mundo gire a

su alrededor.

A lo largo de la historia, estos padecimientos

emocionales y trastornos del carácter, se

llegaron a considerar como propios de personas

que se sentían muy superiores a los demás.

Pero a partir de Freud, inventor del psicoanálisis,

las cosas empezaron a cambiar: la

psicología del sondeo profundo de la “psique”

empezó a revelar una visión mucha más certera

de estos enfermos. Soberbios, vanidosos

y arrogantes ya no gozaban de las prendas relevantes

de las que presumían, como anteriormente

se pensaba.

Estos narcisistas e insolentes muestran

una fachada: carecen de la seguridad y superioridad

de la que tanto ostentan. En la realidad,

se trata de personas con profundos sentimientos

de inferioridad. Se sienten débiles

y amenazados por los otros y por el mundo.

De ahí su insolencia, agresividad y pretensión

de dominio, como un mecanismo de compensación

ante el franco sentimiento de inferioridad

que ocultan.

Todo arrogante y narcisista padece de una

grave distorsión de sí mismo. No sabe cuáles

son sus debilidades ni capacidades reales. Sufre

mucho en virtud de que se ama poco a sí

mismo. Constantemente teme que los demás

se den cuenta de su poca valía. De ahí su afán

permanente de convencer a los demás de sus

grandes dotes.

“Tu soberbia te engañó”, escribió el Profeta

Jeremías.

Con frecuencia, estos seres logran que

otros se convenzan de sus grandes capacidades.

Pero ello se debe a que se han convertido

en excelentes actores que instrumentan argumentos

y trucos para convencer a los demás

de su aparente grandeza. Por desgracia, cuando

esto sucede, “temporalmente” llegan a creer

que sí valen realmente y sus pruebas consisten

en la admiración de las personas engañadas.

Estos convencimientos temporales de engañar

a los demás, engañan también a los propios

arrogantes, aunque más tarde vuelvan a

sentir los zarpazos de sus sentimientos de inferioridad,

lo que inicia un nuevo círculo vicioso.

La persona normal no necesita sojuzgar a

otros ni despreciarlos. Al aceptar sus debilidades,

también acepta sus capacidades sin

arrogancia alguna, pues se reconoce como

una persona con debilidades y fortalezas. La

persona normal jamás abriga sentimientos

de grandiosidad y por esto se conduce de manera

flexible y cordial. Como no se siente inferior,

sus conductas son mesuradas, y al saber

que no es superior, su trato es muy natural.

Dos preguntas esenciales debemos plantearnos:

primera, ¿el arrogante y soberbio se

da cuenta de su trastorno emocional y del daño

que se causa a sí mismo y a los demás?

Respuesta: generalmente no se da cuenta del

todo, y por ello se aferra a sus patrones emocionales

y de conducta acostumbrados.

Segunda pregunta: ¿es posible que un narcisista,

arrogante e insolente se cure de su enfermedad?

Respuesta: es absolutamente posible.

En los casos graves, sólo un psiquiatra o

psicólogo competente podrá ayudarlo, pero en

los casos no graves, puede curarse a sí mismo

en la medida en que reconozca sus trastornos

y en la medida también en que se dé los demás.

Sólo tratando a los demás con respeto,

consideración y comprensión, estas personas

podrán salir adelante. Los demás serán su

fuente de curación.

jacintofayaviesca@hotmail.com

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 652070

elsiglo.mx