TODO ARROGANTE Y NARCISISTA PADECE
DE UNA GRAVE DISTORSIÓN DE SÍ MISMO
¡Nuestra incapacidad para relacionarnos de
una manera cordial y cooperativa con los demás,
constituye una de las fuentes más importantes
de nuestros desórdenes emocionales
(depresión, ansiedad, soledad, frustración)
y de nuestra desdicha!
Si la persona tímida enfoca de una manera
equivocada a las personas y las situaciones,
y si es propensa al pesimismo, a dudar de
la buena intención de los demás y a subestimar
sus reales capacidades y méritos, la persona
arrogante en cambio, es la cara opuesta
de la moneda.
En primer término, la arrogancia no se
presenta como un factor único, sino que todo
arrogante es insolente, majadero, presumido
y soberbio. Es imposible que un soberbio
no sea insolente. Y es que su carácter está
fracturado. Padece de una grave distorsión
al enfocar a las personas y a las situaciones.
Toda persona arrogante presenta una fachada
de autosuficiencia, se conduce con
agresividad y trata por todos los medios de
marcar su “aparente” superioridad. El arrogante
siempre pretende tener la razón, por lo
que se comporta de una manera intransigente
y dominante.
Toda persona presumida y vanidosa sufre
de un trastorno emocional grave: padece de
“Narcisismo”. Sabemos que Narciso es un
personaje mitológico que se enamoró de su
propia imagen al verla reflejada en una fuente
de agua clara. Narciso se transformó en
una flor, la que aún lleva su nombre.
Toda persona narcisista (se da mucho más
en los hombres que en las mujeres) se siente
“hecho a mano”, siempre es vanidoso y presumido
y está satisfecho de sus relevantes dotes
personales.
Esta fractura de carácter del arrogante y
vanidoso, no le permite escapar de las garras
del narcisismo y de la insolencia. La vanidad
y la soberbia denotan una pobreza de espíritu
y un pleno desconocimiento del corazón
humano. Todo vanidoso es como un loro que
salta de rama en rama y parlotea a la vista de
todos, escribió el novelista francés, Flaubert.
Cuando una persona se ama a sí misma en
exceso, su corazón carece de espacio para
amar a otros. Por esto, todo arrogante es un
“egocéntrico”: pretende que el mundo gire a
su alrededor.
A lo largo de la historia, estos padecimientos
emocionales y trastornos del carácter, se
llegaron a considerar como propios de personas
que se sentían muy superiores a los demás.
Pero a partir de Freud, inventor del psicoanálisis,
las cosas empezaron a cambiar: la
psicología del sondeo profundo de la “psique”
empezó a revelar una visión mucha más certera
de estos enfermos. Soberbios, vanidosos
y arrogantes ya no gozaban de las prendas relevantes
de las que presumían, como anteriormente
se pensaba.
Estos narcisistas e insolentes muestran
una fachada: carecen de la seguridad y superioridad
de la que tanto ostentan. En la realidad,
se trata de personas con profundos sentimientos
de inferioridad. Se sienten débiles
y amenazados por los otros y por el mundo.
De ahí su insolencia, agresividad y pretensión
de dominio, como un mecanismo de compensación
ante el franco sentimiento de inferioridad
que ocultan.
Todo arrogante y narcisista padece de una
grave distorsión de sí mismo. No sabe cuáles
son sus debilidades ni capacidades reales. Sufre
mucho en virtud de que se ama poco a sí
mismo. Constantemente teme que los demás
se den cuenta de su poca valía. De ahí su afán
permanente de convencer a los demás de sus
grandes dotes.
“Tu soberbia te engañó”, escribió el Profeta
Jeremías.
Con frecuencia, estos seres logran que
otros se convenzan de sus grandes capacidades.
Pero ello se debe a que se han convertido
en excelentes actores que instrumentan argumentos
y trucos para convencer a los demás
de su aparente grandeza. Por desgracia, cuando
esto sucede, “temporalmente” llegan a creer
que sí valen realmente y sus pruebas consisten
en la admiración de las personas engañadas.
Estos convencimientos temporales de engañar
a los demás, engañan también a los propios
arrogantes, aunque más tarde vuelvan a
sentir los zarpazos de sus sentimientos de inferioridad,
lo que inicia un nuevo círculo vicioso.
La persona normal no necesita sojuzgar a
otros ni despreciarlos. Al aceptar sus debilidades,
también acepta sus capacidades sin
arrogancia alguna, pues se reconoce como
una persona con debilidades y fortalezas. La
persona normal jamás abriga sentimientos
de grandiosidad y por esto se conduce de manera
flexible y cordial. Como no se siente inferior,
sus conductas son mesuradas, y al saber
que no es superior, su trato es muy natural.
Dos preguntas esenciales debemos plantearnos:
primera, ¿el arrogante y soberbio se
da cuenta de su trastorno emocional y del daño
que se causa a sí mismo y a los demás?
Respuesta: generalmente no se da cuenta del
todo, y por ello se aferra a sus patrones emocionales
y de conducta acostumbrados.
Segunda pregunta: ¿es posible que un narcisista,
arrogante e insolente se cure de su enfermedad?
Respuesta: es absolutamente posible.
En los casos graves, sólo un psiquiatra o
psicólogo competente podrá ayudarlo, pero en
los casos no graves, puede curarse a sí mismo
en la medida en que reconozca sus trastornos
y en la medida también en que se dé los demás.
Sólo tratando a los demás con respeto,
consideración y comprensión, estas personas
podrán salir adelante. Los demás serán su
fuente de curación.
jacintofayaviesca@hotmail.com