ESCULTORES, PINTORES, LITERATOS, FILÓSOFOS, OFRECIERON AL MUNDO NUEVAS MANERAS DE CONTEMPLAR LA VIDA
¡Todos queremos ser mejores seres humanos y vivir en sociedades mejor estructuradas; queremos lo mejor para nosotros, nuestros seres queridos y para las ciudades donde vivimos!
Pretender vivir mejor, ninguna relación guarda con la utopía, pues ésta consiste en un proyecto y en una ficción ideal, pero de imposible realización. En cambio, aspirar a convertirnos en mejores personas es una cuestión absolutamente posible y que depende por entero de cada uno de nosotros, por más difíciles que puedan ser nuestras apretadas circunstancias de toda clase.
En la deslumbrante época del Renacimiento (que solamente se dio en Florencia, aun cuando influyó en todo el mundo), escultores, pintores, literatos, filósofos, ofrecieron al mundo nuevas maneras de contemplar la vida. El Renacimiento fue un esplendoroso sol que anunció formas superiores para el arte, las ciencias, la política, así como nuevos campos para que el ser humano aspirara con mayor confianza a la belleza, a la verdad, y a las virtudes morales.
En cambio, todo el siglo pasado, el siglo XX, nada aportó al mundo en relación a cómo poder expandir nuestro mejoramiento personal y el de nuestras sociedades. El siglo pasado, con su Primera y Segunda Guerras Mundiales, con el Fascismo, el Nazismo, y todo tipo de dictaduras, así como con el período de la Guerra Fría, de 1946 a 1989, hicieron de las seres humanos, personas paralíticas, seres humanos que abandonaron la fe en sus proyectos de mejoras como individuos y constructores de mejores sociedades.
Los seres humanos no deseamos prótesis para nuestra parálisis espiritual y emocional, sino que necesitamos con urgencia la firmísima convicción que con nuestro carácter podemos sobradamente fortalecer nuestra vida si nos dedicamos a una existencia productiva.
La productividad debemos entenderla como nuestra capacidad material, intelectual, espiritual y emocional para engendrar, crear, darle utilidad a las cosas, transformar nuestros proyectos en actos provechosos para nosotros y la sociedad.
No solamente somos “animales políticos”, como lo dijo Aristóteles, ni tampoco sólo “animales racionales”. Somos también, personas con una dimensión eminentemente social, abocados a multiplicar nuestras sanas relaciones de convivencia. Aspiramos a desarrollar nuestras emociones, incrementar nuestra espontaneidad, relacionarnos con los otros con autenticidad, a ser genuinos, francos, valientes, y con el más alto nivel de independencia que nos sea posible.
Necesitamos producir: producir, material e intelectualmente. Convertir las materias primas en alimentos, productos químicos, y nuevos materiales y artículos necesarios para mejorar nuestras vidas. Entre más espontánea sea nuestra imaginación, y entre más valentía mostremos para innovar, mucho mayor será nuestra creatividad en todos los campos de la actividad humana: ciencias, diseño, tecnología, literatura, organización del trabajo, políticas públicas, gobierno, etc.
“Que no coma el que no trabaje”, nos dice la Biblia. Pero debemos darle de comer al hambriento que carece de trabajo, así como a los enfermos y discapacitados. La “productividad” a que me he estado refiriendo, está vinculada con el carácter moral y la solidaridad.
Se trata de una productividad que alcanza sus más altos niveles cuando se produce no teniendo en mente el lucro y la ventaja, sino fundamentalmente, se es productivo para alcanzar una mejor sociedad. Esta productividad tiene como base la “espontaneidad”: es la expansión de las emociones saludables, la intención de crear para aportar utilidad al medio social.
Esta productividad está reñida con la codicia, con la ambición y la destrucción del medio ambiente. Es una productividad que brota de un carácter sano y solidario. Y en este sentido, podemos hablar de “la orientación productiva de la personalidad” a que alude Fromm: “Se refiere – dice Fromm – a una actitud fundamental, a un modo de relacionarse en todos los campos de la experiencia humana.
Incluye las respuestas mentales, emocionales y sensoriales hacia otros, hacia uno mismo y hacia las cosas”.
Esta productividad consiste, en última instancia, en detectar nuestras capacidades naturales, y con toda autenticidad desarrollarlas para bien de nosotros y de los demás. ¿Y cómo lograr todo esto? Fundamentalmente, teniendo a la razón, a nuestra sensatez, como la brújula que nos oriente. Y además, actuando; si no nos decidimos, no podremos cambiar nuestras conductas; pero una vez decididos, el único camino consiste en el cambio de conductas positivas.
Que sean nuestras conductas y no nuestras intenciones, las que califiquen el resultado de nuestro carácter productivo.
Decía el escritor francés Romain Rolland, en su gran obra, Juan Cristóbal, que “Crear es matar a la muerte”. ¡Qué cierto! La muerte es la terminación de un ser vivo. ¡Y toda creación es el nacimiento a una nueva vida! Nuestra creación y productividad provechosa es la expresión más contundente de nuestro compromiso con una vida útil. Crear y producir constituyen expresiones sublimes de nuestro espíritu.
Nuestra creación y productividad nos inunda de vida y de nobleza. No hay creaciones valiosas que no emerjan de lo más puro de nuestra alma.
¡Contemplemos a la Naturaleza, que no reposa jamás! Siguiendo este ejemplo, las fuerzas de nuestro espíritu deben estar en una permanente creación y productividad provechosa para nosotros y los demás.
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