EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

PALABRAS DE PODER

¡Si tu precio es muy alto no te compraré!

JACINTO FAYA VIESCA

¡NO TE ENGAÑO, Y BIEN SABES QUE CUESTO MUCHO!

Te engañas a ti mismo -le contestó a la Ambición-, pues ya probaste lo que para ti pueden ser éxitos de intensa dulzura, y no lo que realmente soy: ponzoña pura cubierta de deliciosa miel.

Soy un águila poderosa que no ando a la caza de moscas, sino solo de presas grandes. Me gusta lo grandioso -habla la Ambición- aún y cuando sea puro oropel. ¡Mi corazón está sediento de riquezas, superioridad y poder! Mi sangre se nutre de codicia, y las cadenas que me sujetan al éxito y a la riqueza están formadas por eslabones de oro de 24 quilates, que para mí son más fuertes que las cadenas de acero.

No me importa el deber ético ni la justicia. Estoy dominada por sacar ventaja a los otros, pisarlos y escalar sobre sus cuerpos aunque les rompa los huesos.

¡Sé que estoy loca -dice la Ambición-, pues mi hambre de poder y riqueza no respeta vidas ni derechos ajenos! A medida que me desarrollo, mi locura se acrecienta. Empiezo a sentirme superior a los demás y todo lo que consigo se me hace poco. Nada me llena ni satisface. Estoy permanentemente sedienta, y pareciera que el agua que tomo contiene mucha sal, pues a más agua más sed tengo.

¡No sé qué hacer! Creo que soy un hombre ambicioso y que no compré cara a la Ambición.

¿No te costé mucho? ¿Y tu esposa que perdiste por no haber pasado suficiente tiempo con ella? ¿Y tus hijos alejados de ti por tus múltiples ocupaciones? ¿Y qué decir de tus inquietudes y preocupaciones constantes?

Has dejado lo más importante por unirte a mí. Me compraste a un precio muy alto, sin la menor probabilidad de recomprar lo perdido. Porque el cariño de la esposa y de los hijos y la paz del alma no pueden comprarse a ningún precio. ¡Lo que perdiste, perdido está!

Me doy cuenta -dice la Ambición- que no leíste el Eclesiastés, en su sabia reflexión que te hubiera servido como contra veneno de tu ambición: "Más vale un puñadito con descanso que las dos manos llenas con trabajo y aflicción de espíritu". Tampoco leíste la obra de Shakespeare, en El Rey Lear, cuando el personaje Albania dirigiéndose a Goneril, le dice: "Hasta dónde pueden aguijonear tus ojos, no lo sé. Luchando por lo mejor perdemos lo que está bien".

Estaba borracha la Ambición que nutrió a tu corazón. Borracha y loca se despertó, pálida de miedo al ver los males que causó. ¡Estás perdido! ¡Ya te uniste a mí, ambicioso, y tu cielo no podrá ser otro que la tierra, y por tus arterias sólo correrá una envenenada sangre anhelante de riquezas y poder!

¡Mira, ambicioso! Como Ambición que soy, maldita estoy, y mi vicio de codicia no va solo: me acompañan también la envidia, la ira, y muchas veces, la soberbia. Como a toda costa quiero obtener lo que deseo, le envidia aún y cuando pinta de verde mi cara, me da fuerzas para poseer lo que los otros tienen. La ira también acude en mi auxilio, pues el oro que reclamo me exige un coraje desenfrenado para poder aniquilar a mis oponentes.

Hay muchos aspectos que no me gustan de mí -confiesa la Ambición-. Por ejemplo, cuando es necesario arrastrarme para conseguir algo que deseo, me arrastro, aun y cuando parezca un despreciable gusano. Y tengo tan distorsionado el gusto, que cambio el oro por mi dignidad.

Soy muy fuerte -continuó hablando la Ambición-, pues una vez que la codicia se apodera de mi corazón, soy capaz de hacer a un lado el amor de mi esposa, el de mis hijos, los sentimientos de piedad y muchos más. Mi fortaleza derrota sentimientos y pasiones por más sublimes que sean. Dicen que el amor es la pasión más poderosa. Pues yo destruyo cualquier amor. El oro fundido quema cualquier amor que sentía.

¡Ya estoy unido a ti -le dijo el ambicioso a la Ambición-, y creo que me uní porque estoy convencido que merezco todo lo que deseo! Ya veo a los codiciosos como inferiores a mí, pues ellos desean lo que no merecen. Y me dan lástima los envidiosos, pues anhelan lo que merecen sin que puedan conseguirlo. En cambio yo, como ambicioso que soy, creo que merezco todo lo que anhelo.

Espero haber cumplido con tu exigencia de no engañarte y ser clara al decirte mi precio, le dijo la Ambición. ¡Ahora ya sabes que cuesto mucho! Engaño a los hombres al cambiarles espejitos por oro; les retiro el amor de sus esposas y de sus hijos por un poder o dinero que el ambicioso no necesita; y les rompo las bolsas de tantas monedas que cargan, a cambio de que pierdan la paz de su espíritu. ¿Qué te parece?

Estoy horrorizado -dijo el ambicioso-, ¿pero qué puedo hacer para cambiar? Creo que mi mal no tiene remedio. Palpo la sombra del poder con un gusto desmesurado. Fascinan a mis ojos el color del oro, y las ansias de riquezas ocupan todos mis sueños.

Entiéndelo bien: ¡Ni yo como Ambición, ni tú como ambicioso, encontraremos jamás la paz del alma! ¡Estamos destinados a que nuestra maldición termine por hundirnos!

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 653997

elsiglo.mx