¡En nuestra sociedad actual de todo Occidente, lo "que tengo", mis bienes que me pertenecen en propiedad, constituye una de las dimensiones esenciales de mi existencia! El "no tener" nos margina y hasta nos impide gozar de una identidad personal. Por esta razón, el miedo a "perder lo que tenemos", es uno de los miedos que más nos impide llevar una vida dichosa.
Miguel de Cervantes y Saavedra, escribió esta reflexión:
"Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron el nombre de dorados y no porque en ellos el oro, que tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío".
Esta reflexión y otras más me han puesto a pensar si el deseo de "tener bienes", y "el miedo a perderlos", son emociones que ya están impresas en nuestro Código Genético. Si recordamos, los científicos y antropólogos más relevantes, nos dicen que las 193 especies de monos y simios que actualmente viven en la Tierra, tuvieron un ancestro común hace seis millones de años, nacidos en África.
Los seres humanos, una de las 193 especies, alcanzamos con el Homo Sapiens, la evolución de que hoy gozamos. Para no adentrarnos en el pasado remoto, sí podemos asegurar con total certeza, que las personas de hace 50 mil años eran idénticas a nosotros hoy en día.
Si acercamos al hombre solo en los últimos 10 mil años, sabemos que entonces, los seres humanos habían creado el invento más grande de toda la evolución humana. Este invento, como afirma el destacado historiador inglés, Arnold Toynbe, ha sido el más importante de todos. Y el segundo en importancia para Toynbe, fue haber creado la "Ciudad".
Pues bien, hace 10 mil años se crearon las primeras ciudades del mundo, en las riberas de los ríos Tigris y el Éufrates, en la región de Mesopotamia. Ciudades asentadas en lo que hoy es Irak, y alrededor de la ciudad de Bagdad.
Hasta antes del invento del lenguaje oral y de las ciudades, los hombres y mujeres vivieron una existencia nómada. No tenían ciudades ni lenguaje, y su vida consistía en cambiar permanentemente de lugar, huyendo de las sequías, del hielo, y de la escasez de alimentos.
Para poder sobrevivir como Homo Sapiens, el sentimiento que sí estaba grabado en su Código Genético, desde mucho tiempo atrás, fue el de "solidaridad", el de la "ayuda mutua y la cooperación de todos". Sin este poderosísimo sentimiento, la especie humana se hubiera extinguido.
El "deseo de tener" y de "propiedad" responde a un fenómeno social muy reciente. Este deseo se acrecentó con el invento de la máquina a vapor y con el surgimiento de la industria en el siglo XVIII en Inglaterra, que en ese tiempo era uno de los países más pobres de Europa.
El querer tener en propiedad no está, pues, impreso en nuestro Código Genético. A partir del siglo XVIII se empezó a acentuar las grandes diferencias de clases sociales. Y ya, en el siglo XX, "el tener" fue algo más importante que "el ser".
El capitalismo salvaje y demente en que hoy vivimos, ha causado que "el tener" constituya el signo más distintivo de la vida de una persona. La ficha de un excelente jugador de futbol está tasada en 140 millones de euros, más dos mil millones de pesos, mientras existen en el mundo mil cuatrocientos millones de personas con un ingreso diario de menos de un dólar y veinticinco centavos, del dólar americano.
Nuestra sociedad de consumo nos tiene condenados a ocuparnos y a preocuparnos mucho más por "tener", que por "ser" personas dignas, con educación suficiente y metas valiosas en la vida.
Hoy en día, nuestra felicidad no se sustenta en el ejercicio de las virtudes, en una buena formación cultural y en una vida creativa, sino en "poseer" el mayor número de bienes. Esta artificial existencia nos empuja a la envidia, a la codicia, y a una frustración existencial crónica, que a su vez, para aligerarla, nos lleva al consumo indiscriminado de todo tipo de bienes que no necesitamos, al alcohol, cigarros, drogas, y adicciones compulsivas de muy variado género.
El miedo a perder el trabajo, como bien lo afirma el psicoanalista argentino O→ 'Donell, "es un vigoroso factor de la productividad", que le permite al capitalismo manipular salarios generar obediencia, y obliga a aceptar lo inaceptable".
A través del estudio de la historia de las ideas, nos damos cuenta que en las más prestigiadas corrientes filosóficas y religiosas, jamás se incitó a despertar la pasión por tener y acumular bienes valiosos. El Budismo, el Confusionismo, el Hinduismo, condenaban la codicia. El Cristianismo en palabras de Cristo, alentaba a los hombres a las virtudes y condenaba a la codicia.
Las cosas en América y Europa cambiaron con los puritanistas, quienes hacían del ahorro y la riqueza, un nuevo dios. El predicador puritano John Wesley, escribió: "Debemos aleccionar a todos los cristianos de que tienen el deber y el derecho de ganar lo más posible y de ahorrar cuanto puedan; es decir, que no sólo pueden, sino que deben enriquecerse".
¿Podemos escapar de esta trampa psicológica mortal? ¡Es muy difícil, pero sí podemos! En la medida en que nuestros estados de conciencia acepten que "el ser" siempre será mucho más importante que "el tener", entraremos a una vida en que el consumismo y los lujos sean cuestiones banales. Entrar a estados de conciencia que nos lleven a una vida en que lo fundamental sea la creatividad, austeridad, convivencia íntima con nuestros seres más queridos, y una profunda solidaridad con los que menos tienen.
¡Solamente así podemos dominar al monstruoso miedo de llegar a "dejar de tener"!